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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Espadas de Marte (9 page)

—Tengo que hacerlo, Vandor; no puedo arriesgarme a que uno de ellos escape y revele mis secretos al mundo antes de que yo esté preparado.

—¿Y cuándo será eso?

—Nunca —gruñó él—. Cuando Fal Silvas muera, sus secretos morirán con él. Y mientras viva, lo convertirán en el hombre más poderoso del universo. Incluso John Carter, Señor de la Guerra de Barsoom, tendrá que doblegarse ante Fal Silvas.

—¿Y entonces estos pobres diablos permanecerán aquí el resto de sus vidas?

—Deberán alegrarse y enorgullecerse. ¿Acaso no están dedicados a la empresa más gloriosa que la mente humana ha concebido jamás?

—No hay nada más glorioso que la libertad, Fal Silvas.

—Guárdate para ti tu estúpido sentimentalismo —replicó con brusquedad—. No hay sitio para él en la casa de Fal Silvas. Si quieres trabajar conmigo, piensa sólo en el objetivo y olvida los medios utilizados para conseguirlo.

Bien, visto que nada podría conseguir oponiéndome a él, cedí con un encogimiento de hombros.

—Supongo que tienes razón.

—Eso está mejor —dijo él, y llamó a un capataz para explicarle los cambios que debían realizarse en el motor.

Cuando nos volvíamos para abandonar la cámara, Fai Silvas suspiró.

—Ah, si pudiera producir en serie mi cerebro mecánico…, podría prescindir de estos estúpidos humanos. Un cerebro en cada taller realizaría todas las operaciones que ahora requieren entre cinco y veinte hombres…, y mucho mejor.

Fal Silvas acudió entonces a su laboratorio, del mismo piso, y me comunicó que no necesitaría de mí durante algún tiempo, pero que permaneciera en mis habitaciones con la puerta abierta para cuidar de que nadie pasara sin autorización por el pasillo que conducía a él. Cuando llegué a mis habitaciones, encontré a Zanda bruñendo un juego extra de correajes que, según me dijo, Fal Silvas me había enviado.

—Estuve hablando con la esclava de Hamas hace poco —comentó ella apenas llegué—. Dice que Hamas está preocupado por tu causa.

—¿Y por qué?

—Cree que el amo te ha cogido cariño y teme por su propia autoridad. Durante muchos años ha sido aquí un hombre muy poderoso. Me reí.

—No aspiro a sus laureles.

—Pero él no lo sabe, y, aunque se lo dijeras, no te creería. Es tu enemigo, y un enemigo muy poderoso. Simplemente quería avisarte.

—Gracias, Zanda. Me cuidaré de él, pero tengo ya tantos grandes enemigos, y estoy tan acostumbrado a tenerlos, que uno más o uno menos no me preocupa.

—Hamas puede darte bastantes preocupaciones —respondió ella—. Es la oreja de Fal Silvas. Estoy tan inquieta por ti, Vandor…

—No te preocupes; y, si te hace sentir mejor, no olvides que tú posees la oreja de Hamas por medio de su esclava. Puedes hacerle saber que yo no ambiciono desplazar a Harnas.

—Es una buena idea, pero me temo que no consiga mucho. Si estuviera en tu lugar, la próxima vez que saliera del edificio, no volvería. Saliste ayer, así que supongo que tienes libertad para ir y venir.

—Sí, la tengo.

—Mientras Fal Silvas no te lleve arriba y te revele alguno de sus secretos, probablemente te seguirán dejando salir, a menos que Hamas se empeñe en que Fal Silvas te retire el privilegio.

—Ya he estado en el piso de arriba, y he visto muchas de las maravillas que ha inventado Fal Silvas.

Ella profirió un pequeño grito de alarma.

—¡Oh, Vandor, estás perdido! —exclamó—. Ahora nunca abandonarás este terrible lugar.

—Al contrario, esta misma noche saldré. Fal Silvas está de acuerdo.

Ella negó con la cabeza.

—No lo comprendo, y no lo creeré hasta que lo vea.

Aquella noche Fal Silvas me mandó llamar. Me dijo que quería hablarme acerca de algunos nuevos cambios en el engranaje del motor, y por lo tanto no salí, y al día siguiente me tuvo en los talleres dirigiendo a los mecánicos que trabajaban en el nuevo equipo, y de nuevo me fue imposible abandonar el edificio.

De una forma u otra, evitó mi salida noche tras noche, y, aunque en realidad nunca me rehusó el permiso, empecé a considerarme prisionero.

Sin embargo, me interesaba demasiado el trabajo en los talleres como para que me preocupase si salía o no.

Desde el momento en que vi la maravillosa nave de Fal Silvas y escuché sus explicaciones sobre el fantástico cerebro mecánico que la dirigía, ambos no se habían apartado de mis pensamientos. Consideré todas las posibilidades de poder para el bien y para el mal que Fal Silvas había previsto, y me intrigaba la idea de lo que podía conseguir el hombre que controlase tal mecanismo.

Si tuviera el bien de la humanidad en el pensamiento, el invento podía ser una bendición sin precio para Barsoom; pero yo temía que Fal Silvas fuese demasiado egoísta y hambriento de poder para utilizar su invención exclusivamente en pro del bien público.

Estas meditaciones me llevaron a la cuestión de si otra persona podría controlar el cerebro. La especulación me intrigaba, y determiné comprobar si el cerebro obedecía mis órdenes en la primera ocasión.

Aquella noche Fal Silvas la pasó en su laboratorio, y yo estuve trabajando en los talleres con los pobres obreros encadenados. La gran nave se encontraba en la sala contigua. Ahora, pensé, era el momento adecuado para efectuar mi experimento.

Las criaturas que me acompañaban eran todos esclavos y, de cualquier modo, odiaban a Fal Silvas, así que poco les importaba lo que yo pudiese hacer.

Yo había sido amable con ellos, e incluso había tratado de avivar sus esperanzas, aunque ellos dudaban que hubiese esperanza alguna. Habían visto a muchos de ellos morir en sus cadenas para poder permitirse pensamientos de huida. Eran totalmente apáticos, y dudo que siquiera alguno de ellos se diese cuenta de que yo había abandonado el taller y entrado en el hangar donde la nave reposaba en sus andamios.

Cerrando la puerta tras de mí, me aproximé al morro de la nave y concentré mis pensamientos en el cerebro de su interior. Le impartí la idea de que se levantara de sus andamios y que volviera a descansar en ellos, tal como había visto hacer a Fal Silvas. Pensaba que si podía inducirle a que hiciera esto, podría lograr que hiciera cualquier otra cosa.

No me excito con facilidad, pero debo de reconocer que tenía todos mis nervios en tensión mientras observaba aquella gran Masa, preguntándome si respondería a las invisibles ondas mentales que le enviaba.

Concentrarme en esto, por supuesto, recortaba las otras actividades de mi mente, pero incluso así tuve maravillosas visiones de lo que podría conseguir si mi experimento tenía éxito.

Presumo que sólo estuve allí un momento, pero me pareció un intervalo larguísimo, y entonces, lentamente, la gran nave se levantó como empujada por una mano inasible. Durante un instante se cernió a diez pies de altura, y luego descendió de nuevo a sus andamios. Cuando lo hubo hecho, escuché un ruido detrás de mí y, volviéndome rápidamente, vi a Fal Silvas en la puerta del hangar.

CAPÍTULO VII

El rostro en el umbral

La sangre fría es un corolario del aplomo. Di gracias porque el don del aplomo de algún antiguo antepasado hubiera pervivido en su descendencia hasta llegar a mí. Desconocía si Fal Silvas había entrado antes o después de que la nave se posara en su andamiaje. Si no era así, se lo había perdido por una fracción de segundos. Mi mejor defensa sin embargo era actuar según la suposición de que había llegado después, y me determiné a actuar en consecuencia. El viejo inventor me miraba duramente desde el umbral.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó imperativamente.

—Este invento me fascina; excita mi imaginación —contesté yo—. Vine del taller a echarle otra mirada. No me prohibiste hacerlo.

El arqueó las cejas, pensativo.

—Quizás no lo hiciera—dijo al fin—, pero lo hago ahora. Nadie debe entrar en esta habitación salvo por orden expresa mía.

—Lo tendré en cuenta.

—Será mucho mejor que lo hagas, Vandor.

Me dirigí entonces hacia la puerta donde se encontraba, con la intención de volver al taller; pero Fal Silvas me cortó el paso.

—Espera un momento —me dijo—. Tal vez te has estado preguntando si el cerebro responde a tus ondas mentales.

—Pues, francamente, sí.

Traté de imaginarme lo que sabía, lo que había visto. Quizás estuviera jugando conmigo, o quizás sólo sospechase algo y tratara de confirmar sus sospechas. Sea lo que fuera, yo no estaba dispuesto a apartarme de mi presunción de que ni sabía nada ni había visto nada.

—¿No estarías, por casualidad, intentando comprobar si te respondía?

—¿A quién, salvo a un idiota, dejaría de ocurrírsele esa idea después de haber visto el invento?

—Claro, claro; pero…, ¿tuviste éxito?

Las pupilas de sus ojos se contrajeron, y los párpados se cerraron hasta quedar reducidos a dos estrechas líneas. Parecía querer penetrar en mi alma e, incuestionablemente, intentaba leer en mi mente; pero esto no lo iba a conseguir.

Agité la mano en la dirección de la nave.

—¿Acaso se ha movido? —pregunté sonriente.

Creí descubrir entonces un matiz de alivio en su expresión, y me sentí seguro de que no había visto nada.

—Sin embargo —dijo—, sería interesante saber si la mente de otro hombre puede controlar el mecanismo. ¿Qué tal si lo intentas?

—Sería un experimento muy interesante. Me gustaría hacerlo. ¿Qué debo intentar que haga?

—Tiene que ser una idea tuya original, porque si yo te la sugiero, no podremos estar seguros de si el impulso que obedeció fue el tuyo o el mío.

—¿No hay peligro de que pueda dañarlo sin querer?

—Creo que no. Claro, es difícil para ti darte cuenta cómo ve y razona la nave, por supuesto. Sus funciones visuales y mentales son puramente mecánicas, mas no por ello menos precisas. En realidad, debería decir que son más precisas por esa razón. Tú puedes intentar que la nave abandone la habitación, mas ella no podría hacerlo, puesto que las puertas por las que tendría que pasar están cerradas. Podrá aproximarse a la pared del edificio, pero sus ojos verán que no puede atravesarla sin dañarse, o, más bien, los ojos verán el obstáculo, transmitirán su impresión al cerebro, y éste deducirá la consecuencia lógica. Por lo tanto, detendrá a la nave o, más probablemente, la hará girar para que los ojos busquen un lugar seguro por el que salir. Pero veamos qué es lo que puedes hacer.

Yo no tenía la menor intención de dejar que Fal Silvas supiese que podía dirigir su invento, si es que ya no lo sabía; así—que intenté mantener mis pensamientos tan lejos de éste como me fue posible. Comencé a pensar en partidos de fútbol que había visto, en un circo de cinco pistas, y en el Congreso de Misses de la Feria Mundial de Chicago de 1893. En resumen, intenté pensar en todo menos en Fal Silvas y su cerebro mecánico. Finalmente, me volví hacia él con expresión resignada.

—No pasa nada —dije. Pareció muy aliviado.

—Eres un hombre inteligente —comentó—. Si no te obedece, es razonable suponer que no obedecerá a nadie más que a mí.

Durante algunos instantes se sumió en sus pensamientos; luego se estiró y me miró. Sus ojos ardían con un fuego demoníaco.

—Puedo ser el amo del mundo; quizás incluso el amo del universo.

—¿Con esto? —pregunté, señalando la nave con un movimiento de mi cabeza.

—Con la idea que simboliza; con la idea de un objeto inanimado propulsado por medios científicos y motivados por un cerebro mecánico. Si dispusiera de los medios y de la fortuna suficiente, podría manufacturar este cerebro en grandes cantidades, e instalarlos en pequeños voladores de menos peso que un hombre. Podría dotarlos de medios de locomoción por tierra y aire. Podría equiparlos de armas. Podría enviarlos en grandes hordas a conquistar el mundo, incluso a otros planetas. No conocerían el miedo. No tendrían esperanzas ni ambiciones que pudieran apartarlos de mi servicio. Serían criaturas obedientes tan sólo a mi voluntad, que persistirían en hacer lo que les ordenase hasta su destrucción.

«Pero a mis enemigos no les serviría de nada destruirlas, porque por muchas que destruyeran, mis grandes fábricas construirían aún más.

«¿Te imaginas cómo lo haría? —Se acercó a mí y prosiguió hablando en susurros—. Al primero de estos hombres mecánicos lo construiría con mis propias manos, y cuando lo hubiera terminado, le ordenaría que construyese otros iguales a él. Se convertirían en mis mecánicos, y en los obreros de mis fábricas, y trabajarían día y noche sin descanso, sin parar de hacer otros de su misma clase».

Pensé en ello. Las posibilidades me aturdían.

—Para este plan requerirían una enorme fortuna —observé.

—Sí, una enorme fortuna —repitió él—; y es para conseguir esa enorme fortuna por lo que he construido esta nave.

—¿Pretendes saquear los tesoros de las grandes ciudades de Barsoom?

—De ninguna manera. Tesoros mucho más ricos se hallan a disposición del hombre que controle esta nave. ¿Acaso no sabes lo que revela el espectroscopio sobre las riquezas de Thuria?

—He oído hablar de ello, pero nunca le he hecho caso. La historia es demasiado fabulosa.

—Pues es cierta. Hay montañas de oro y de platino en Thuria, y vastas llanuras alfombradas de piedras preciosas.

Era una empresa atrevida, pero después de haber visto la nave, y conocido el notable genio de Fal Silvas, albergaba pocas dudas sobre su factibilidad.

Repentinamente, él pareció lamentar haberme hecho aquellas confidencias y me ordenó bruscamente que volviera al taller.

El viejo me había revelado tantas cosas que, naturalmente, comencé a preguntarme si consideraría seguro dejarme con vida, y me dispuse a estar constantemente en guardia. Parecía muy improbable que consintiera ahora en que yo abandonase el edificio, pero me decidí a aclarar la cuestión con la mayor brevedad posible, porque quería ver a Rapas antes de a acabar con él.

Día tras día, Fal Silvas había evitado que yo abandonara la casa, aunque haciéndolo tan hábilmente que, en apariencia, nunca se había negado.

Aquella noche, cuando hube acabado mis deberes, le comuniqué que pensaba salir para localizar a Rapas y para intentar entrar en contacto de nuevo con los asesinos de Ur Jan.

Vaciló tanto antes de responderme que pensé que iba a prohibirme la salida, pero al fin me dio su conformidad.

—Tal vez sea lo más adecuado —me dijo—. Rapas no aparecerá más por aquí, y sabe demasiado para andar suelto no estando a mi servicio ni siéndome leal. Si tengo que confiar en uno de los dos, prefiero hacerlo en ti en vez de en Rapas.

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