Read Espadas de Marte Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Espadas de Marte (7 page)

—¿Qué buscas aquí Rapas, el Ulsio?

—He venido como amigo —contestó Rapas—. Le traigo a Ur Jan unas noticias que hace mucho tiempo que desea oír.

—La mejor noticia que podías haberme traído es que alguien te cortó tu asquerosa garganta.

Rapas se rió…, con una risa nerviosa y forzada.

—El gran Ur Jan tiene un gran sentido del humor —masculló Rapas con tono servil.

El bruto sentado a la cabecera de la mesa se puso en pie de un salto y golpeó fuertemente la sólida tabla de madera, de sorapo, con su poderoso puño.

—¿Qué te hace creer que bromeo, miserable garganta cortada? Pero será mejor que rías mientras puedas, porque si no tienes nada importante que decirme, si has entrado en este lugar prohibido, interrumpiendo nuestra asamblea sin una buena razón, te abriré una nueva boca en la garganta, pero te aseguro que no podrás reírte por ella.

—Sólo quiero hacerte un favor —suplicó Rapas—. Estoy seguro de que la información que traigo te interesará, si no, no hubiera venido.

—Muy bien, ¡rápido! Desembucha. ¿De qué se trata?

—Sé quién es el asesino de Fal Silvas.

Ur Jan se rió; era la suya una risa un tanto repulsiva.

—También yo —rugió—, es Rapas, el Ulsio.

—No, no, Ur Jan —lloriqueó Rapas—, te equivocas conmigo. Escúcha.

—Has sido visto entrando y saliendo de la casa de Fal Silvas —acusó el jefe de los asesinos—. Eres empleado suyo; ¿y para qué emplearía a un tipo como tú salvo para cometer sus asesinatos?

—Sí, es verdad que voy a menudo a la casa de Fal Silvas. Me ha empleado como guardaespaldas, pero sólo acepté el cargo para poder espiarlo. Ahora que sé lo que quería, he acudido directamente a ti.

—Muy bien, ¿qué es lo que has sabido?

—Ya te lo he dicho. Sé quién es su asesino.

—Bueno…, si no eres tú, ¿quién es?

—Ha contratado a un extranjero…, a un panthan llamado Vandor. Ese hombre es el que comete sus asesinatos.

No pude reprimir una sonrisa. Todo hombre cree que es un gran juez de caracteres, y cuando, como entonces, ve cumplidas sus suposiciones, tiene razones para sentirse satisfecho; y mucho más porque, en realidad, pocos son capaces de juzgar acertadamente a los demás, y por ello muy raro que alguien pueda congratularse de sus éxitos en este campo.

Nunca había confiado en Rapas, y desde el principio lo había catalogado como una serpiente y un traidor. Ahora no cabía duda de que lo era.

Ur Jan lo contempló con escepticismo.

—¿Y por qué me traes esta información? No eres amigo mío y, por lo que sé, tampoco eres amigo de ninguno de mis hombres.

—Pero deseo serlo —mendigó Rapas—. Arriesgué mi vida para obtener esta información para ti, porque deseo unirme al gremio y servir a las órdenes del gran Ur Jan. Si tal cosa sucediera, sería el día más feliz de mi vida. Ur Jan es el hombre más grande de Zodanga… es el hombre más grande de todo Barsoom. Quiero servirle, y le serviré fielmente.

Todos los hombres son susceptibles a los halagos, y a menudo, cuanto más ignorantes, tanto más susceptibles son. Ur Jan no era una excepción. Uno casi podía verlo pavonearse. Alzó sus grandes hombros e infló el pecho.

—Bien —dijo en un tono de voz más suave—, nos lo pensaremos. Quizás podamos utilizarte, primero tendrás que arreglártelas para que podamos disponer de Vandor —echó una rápida mirada en torno a la mesa—. ¿Alguno de vosotros lo conoce?

Un coro de negativas fue la respuesta, nadie admitió conocerme. —Yo puedo enseñártelo —dijo Rapas, el Ulsio—. Puedo conducirte junto a él esta misma noche.

—¿Qué te hace creerlo así? —preguntó Ur Jan.

—Tengo una cita con él más tarde en una casa de comidas que frecuenta.

—No es mala idea. ¿A qué hora es la cita? —A la octava zode y media.

Ur Jan recorrió la mesa con la vista.

—Uldak—eligió al fin—, irás con Rapas; y no vuelvas mientras Vandor siga vivo.

Logré echarle una buena mirada a Uldak cuando Ur Jan lo señaló y, mientras salía con Rapas para matarme, fijé en mi mente cada detalle de su apariencia, incluyendo su forma de andar y, aunque sólo lo vi durante un momento, sabía que nunca la olvidaría.

Mientras ambos hombres salían de la gran cámara y cruzaban la antesala en la que yo me ocultaba, Rapas le explicó a su compañero el plan que tenía en mente.

—Te enseñaré la situación de la casa de comidas donde voy a encontrarme con él. Así podrás volver más tarde, y sabrás que el hombre que esté conmigo es el hombre que buscas.

No pude sino sonreír cuando los dos desaparecieron por el pasillo, alejándose del alcance de mi oído. ¿Qué hubieran pensado de saber que su objetivo estaba a sólo unas pocas yardas?

Yo quería seguir a Rapas y a Uldak, porque tenía un plan muy divertido; pero no podía salir de detrás del aparador sin pasar por delante de la puerta abierta de la sala donde se encontraban Ur Jan y sus cincuenta asesinos.

Parecía como si tuviera que esperar a que la reunión terminara y la compañía se dispersara antes de poder abrirme paso hacia el techo y mi volador.

Aunque tengo inclinación a irritarme ante la inactividad forzosa, aproveché la ocasión para familiarizarme con los rostros de todos los asesinos que podía ver. Algunos de ellos me daban la espalda, pero incluso éstos ocasionalmente me permitían vislumbrar su perfil.

Tuve suerte en empezar a memorizar sus rostros desde el principio, porque un momento después de la marcha de Rapas y Uldak, Ur Jan se dio cuenta de que la puerta estaba abierta y ordenó a uno de sus asesinos que la cerrara.

Apenas había corrido el cerrojo, yo salí de detrás del aparador y pasé al corredor.

No vi ni oí a nadie en la dirección que los asesinos habían empleado al ir y venir de la antesala, y como mi camino me conducía en la dirección opuesta, poco tenía que temer. Me dirigí rápidamente hacia la habitación por la que había entrado, ya que el éxito del plan que tenía en mente dependía de que llegara a la casa de comidas antes de Rapas y Uldak.

Alcancé el balcón y trepé sin problema hasta el techo. Poco después metí mi nave en el hangar que tenía alquilado en el tejado de la casa pública. Bajé a la calle, y marché hacia la casa de comidas a la que Rapas conducía a Uldak con la razonable certeza de que llegaría antes que la encantadora parejita.

Encontré un lugar desde el que podía vigilar la entrada y aguardé. La espera no fue larga, pues al poco tiempo descubrí acercarse a ambos. Se detuvieron a poca distancia del lugar, en la intersección de dos avenidas y, una vez que Rapas se la hubo señalado a Uldak, se separaron, continuando Rapas hacia la casa de comidas mientras que Uldak se volvía por donde había venido.

Todavía faltaba media zode para la cita con Rapas, y por el momento no me preocupé por él… Uldak me interesaba más.

Apenas Rapas hubo pasado ante mí, por la acera de enfrente, salí de mi escondite y caminé rápidamente en la misma dirección que Uldak.

Cuando alcancé la intersección, vi al asesino a poca distancia. Caminaba con lentitud, sin duda limitándose a matar el tiempo hasta la hora en la que debía verse con Rapas en la casa de comidas.

Manteniéndose en el lado opuesto de la calle, lo seguí durante una distancia considerable hasta que entró en un barrio que parecía desierto; yo no deseaba audiencia para lo que pensaba hacer.

Cruzando la avenida, incrementé mi paso; la distancia entre los dos se acortó rápidamente, hasta que estuve a sólo unos pasos detrás de él. Yo me había movido muy lentamente y no se percató de que alguien se le acercaba.

—¿Me estás buscando? —pregunté.

Él se volvió instantáneamente, y su mano derecha voló hacia la empuñadura de su espada. Me miró fijamente.

—¿Quién eres? —me ordenó que le dijera. —Quizás me equivoque, ¿no eres tú Uldak? —¿Y qué?

Yo me encogí de hombros.

—Nada, excepto que tenía entendido que te habían enviado a matarme. Me llamo Vandor.

Según dejaba de hablar, tiré de mi espada. Él pareció completamente atónito cuando le revelé mi identidad, pero no había nada que pudiese hacer salvo defenderse, y mientras desenvainaba su espada soltó una desagradable risita.

—Debes de ser un idiota. Cualquiera que no fuera tonto correría a esconderse al saber que Uldak lo buscaba.

Evidentemente se consideraba un gran espadachín. Yo podía haberle confundido revelándole mi identidad, porque cualquier guerrero Barsoomiano se desmoralizaría al saber que se enfrentaba a John Carter, pero no se lo dije. Me limité a la lucha, tanteándolo para averiguar si era capaz de cumplir su fanfarronada.

Era, en verdad, un excelente espadachín y, tal como había esperado, tramposo y sin escrúpulos. La mayoría de los asesinos carecen del menor vestigio de honor; son simplemente carniceros.

Al principio luchó con bastante limpieza, pues pensó que podía superarme fácilmente, pero cuando vio que no era así, echó mano de varios recursos turbios y, finalmente, intentó lo imperdonable: sacar su pistola.

Conociendo a los de su calaña, me esperaba algo similar; y en cuanto sus dedos se cerraron en tomo a la culata del arma, aparté a un lado su espada y dejé caer la mía pesadamente sobre su muñeca izquierda, casi cortándole la mano. Él retrocedió con un aullido de ira y dolor; yo no le concedí tregua. Entonces imploró clemencia, gritando que no era Uldak, que yo me había equivocado, suplicándome que lo dejara ir. Luego aquel cobarde se dio la vuelta para huir, obligándome a hacer algo que no me gustaba; pero para realizar mi plan no podía dejarlo con vida. Así que salté tras de él y lo traspasé de parte a parte por la espalda. Uldak cayó muerto boca abajo.

Mientras retiraba mi espada de su cuerpo, mire alrededor de mí. No había nadie a la vista. Di la vuelta al cadáver y dibujé una cruz con mi espada sobre el corazón.

CAPÍTULO V

El cerebro

Rapas me estaba esperando cuando entré en la casa de comidas. Parecía muy contento y satisfecho de sí mismo.

—Llegaste justo a tiempo —me dijo—, ¿te ha gustado la vida nocturna de Zodanga?

—Sí —le aseguré—. He disfrutado inmensamente. ¿Y tú?

—Ha sido una noche muy provechosa. He realizado excelentes contactos y, mi querido Vandor, no te he olvidado.

—¡Qué amable de tu parte!

—Sí. Tendrás razones para recordar esta noche mientras vivas —exclamó, rompiendo a reír.

—Cuéntame.

—No, ahora no —contestó él—. Debo guardar el secreto durante algún tiempo. Pronto lo sabrás, comamos ahora. Yo invito esta noche. Ahora que casi se consideraba miembro de pleno derecho del gremio de asesinos de Ur Jan, aquella miserable rata se daba importancia.

—Muy bien, tú invitas —concedí yo, pensando que sería mucho más divertido dejar que el pobre diablo pagara la cuenta, sobre todo si encargaba los platos más caros de la carta.

Cuando entré en la casa de comidas, Rapas ya estaba sentado de cara a la entrada, y ahora la miraba continuamente. Cada vez que entraba alguien, podía ver la expresión de ansiedad de su cara trasformarse en otra de decepción.

Hablamos de cosas sin importancia mientras comíamos, y mientras progresaba la cena no pude dejar de notar su creciente impaciencia y preocupación.

—¿Qué te pasa, Rapas? —inquirí al fin—. Pareces nervioso. Estás mirando a la puerta continuamente. ¿Acaso esperas a alguien?

El recuperó la compostura con rapidez y me miró inquisitivamente.

—No, no, no espero a nadie, pero tengo enemigos. Siempre es preciso mantenerse en guardia.

Su explicación era bastante plausible, pero, por supuesto, yo sabía que no era cierta. Podía haberle revelado entonces que el hombre que esperaba nunca vendría, pero no lo hice.

Rapas hizo durar la comida tanto como pudo, y cuanto más tiempo pasaba, más nervioso se ponía y más a menudo miraba la puerta. Finalmente, hice un amago de levantarme, pero él me detuvo.

—Quedémonos aquí un poco más. No tendrás prisa, ¿no?

—Tengo que volver —contesté yo—. Fal Silvas puede necesitarme.

—No, nunca antes de la mañana.

—Pero tengo que dormir algo —insistí.

—Ya dormirás todo lo que quieras, no te preocupes.

—Si voy a dormir, será mejor que empiece ya —repliqué yo, incorporándome.

Él intentó convencerme de que me quedara, pero yo ya había gozado todo el placer de la situación e insistí en marcharme. Él se levantó de la mesa con reluctancia.

—Te acompañaré un trecho.

Nos acercamos a la puerta de salida cuando entraron dos hombres. Discutían algo excitadamente cuando saludaron al propietario.

—Los agentes del Señor de la Guerra están en activo otra vez —anunció uno de ellos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el propietario.

—Acaban de encontrar el cadáver de uno de los asesinos de Ur Jan en la Avenida de la Garganta Verde, tenía grabada la cruz del Señor de la Guerra sobre su corazón.

—¡Gloria al Señor de la Guerra! —dijo el propietario—. Zodanga sería un lugar mucho mejor si nos viéramos libres de todos ellos.

—¿Cómo se llamaba el muerto? —preguntó Rapas, más preocupado de lo que quería mostrar.

—Un hombre de la multitud dijo que creía que su nombre era Uldak —respondió uno de los que habían traído la noticia.

Rapas palideció.

—¿Era amigo tuyo, Rapas? —pregunté.

—Oh, no. No lo conozco. Será mejor que nos vayamos.

Salimos juntos a la avenida y tomamos la dirección de la casa de Fal Silvas. Caminamos hombro con hombro por el distrito iluminado cercano a la casa de comidas. Rapas andaba muy callado y parecía nervioso. Lo observé con el rabillo del ojo e intente leer su mente, pero estaba en guardia y me la había cerrado.

A menudo disfruto de la ventaja sobre el resto de los marcianos de que yo puedo leer sus mentes, mientras ninguno de ellos es capaz de leer la mía. La razón de esto la desconozco. La lectura de mentes es algo muy común en Marte, mas para salvaguardarse de sus peligros, todos los marcianos cultivaban la habilidad de cerrar sus mentes a otros cuando lo desean, este mecanismo de defensa está tan extendido que ha llegado a ser casi una característica universal; así que sólo en raras ocasiones se les puede sorprender con la guardia baja.

Cuando entramos en las avenidas más oscuras, se hizo evidente que Rapas intentaba rezagarse de mí, y entonces no tuve que leer su mente para saber lo que había en ella: Uldak había fallado, y ahora
el rata
tenía la oportunidad de cubrirse de gloria y de ganar la estima de Ur Jan cumpliendo su misión.

Other books

The Mayan Codex by Mario Reading
White Rage by Campbell Armstrong
Deficiency by Andrew Neiderman
Fractured by Teri Terry
Being Celeste by Tshetsana Senau
To Desire a Devil by Elizabeth Hoyt
A New Day Rising by Lauraine Snelling
One by Kopans, Leighann