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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (14 page)

Los vehículos frenaron y derraparon a su alrededor a medida que más conductores resultaban cegados por el foco. Los sonidos metálicos de las colisiones traspasaron el estruendo producido por el helicóptero como si fuesen disparos. El tráfico se paró completamente y empezaron a sonar los cláxones.

Chase ya podía ver la estación a su derecha: la fachada de metal y cristal de la terminal, delante del enorme tubo de acero que albergaba los andenes. El helicóptero se inclinó hacia los lados, bajando hacia la explanada.

Última oportunidad…

Aceleró el sufrido motor y se libró de los vehículos parados con las manos de Sophia agarrándose con fuerza a su cintura. El helicóptero siguió apuntándolos con el foco cuando llegaron a las proximidades de la estación. La entrada principal estaba en la base de la pared de cristal convexa, en medio del edificio… pero el helicóptero bajaba justo delante de ellos, impidiéndoles el paso.

—¡Hagas lo que hagas —le gritó Chase a Sophia—, mantén la cabeza baja!

Cambió de dirección y se alejó de la entrada, yendo directamente hacia la pared de la terminal… Sacó la pistola para dispararle a las ventanas.

El cristal se fragmentó en millones de pedacitos que cayeron al suelo como una lluvia punzante justo antes de que la moto entrase en la estación a toda velocidad.

Aparecieron en el interior de un despacho. La mayoría de las mesas se hallaban vacías, pero había algunos trabajadores nocturnos que se pusieron a gritar y trataron de apartarse corriendo mientras él pasaba.

Otra ventana al fondo…

Volvió a apretar el gatillo… y solo se oyó un clic sordo.

—¡Agárrate a mí! —chilló mientras la moto se acercaba a toda velocidad a la ventana. Sophia se aferró con más fuerza—. ¡Salta!

Saltaron de la moto. Chase se llevó la peor parte del impacto al caer al suelo con Sophia encima. La moto, sin ocupantes, se empotró contra la ventana y patinó por la explanada que había más allá hasta volcar y pararse.

—¿Estás bien? —preguntó Chase.

—Sí, eso creo —dijo Sophia, incorporándose y sacudiéndose algunas esquirlas perdidas de cristal.

Haciendo un gesto de dolor, Chase se levantó. Miró los pies desnudos de Sophia y después, antes de que ella pudiese protestar, la volvió a colocar sobre su hombro para atravesar la ventana.

Estaban en la parte más alejada de los tornos de pasajeros. El personal de la estación miraba, sorprendido, la moto destrozada y el cristal roto. Chase rebuscó en su chaqueta con la mano libre.

—¡Tengo aquí mis billetes, no hace falta que lo comprobéis! —les gritó, agitándolos en el aire.

Fue corriendo hasta las escaleras mecánicas que conducían al andén más cercano, antes de que nadie intentase interceptarlo.

Había un tren esperando, una oruga de metal reluciente. No tenía ruedas, sino que todo el conjunto flotaba sobre las vías, levitaba en un campo magnético. El Maglev de Shanghái era en la actualidad el ferrocarril más largo de su categoría en el mundo… y también el servicio de pasajeros más rápido, de cualquier tipo, en el mundo. El viaje de treinta kilómetros entre la terminal de Shanghái y el aeropuerto de Pudong, al sudeste de la ciudad, solo llevaba siete minutos, y la velocidad punta del monorraíl era de cuatrocientos treinta y un kilómetros por hora.

Más veloz, y Chase lo sabía, que cualquier helicóptero.

Se dirigió rápidamente a la puerta más cercana, justo detrás de la curva roma del último vagón del tren, y depositó a Sophia en el suelo antes de entrar. Las puertas se cerraron detrás de ellos. Atrajeron más de una mirada curiosa de los otros pasajeros mientras buscaban asientos. Se miró y vio que tenía el esmoquin manchado de barro y las mangas rasgadas y adornadas con fragmentos de cristal.

—Vaya pinta de James Bond —dijo con tristeza cuando el tren empezó a moverse.

Sophia le apretó la mano.

—Eres mucho mejor que James Bond —le aseguró ella, con una sonrisa.

Él se la devolvió y después miraron por la ventana. Aunque solo llevaban unos segundos en movimiento, el tren ya estaba saliendo de la protección metálica de la estación y aceleraba con una suavidad casi perturbadora, deslizándose literalmente por las vías.

Y cerniéndose por encima de la vía elevada, se hallaba el helicóptero de Yuen, con el foco barriendo el tren. Buscándolos.

Encontrándolos. Fijándose…

Solo durante un momento. Después el tren comenzó a alejarse, superando al helicóptero en velocidad, por más esfuerzos que el piloto hizo por mantenerse a su altura.

Chase utilizó una mano para bloquear la luz del foco y consiguió ver a Yuen en el asiento del copiloto. Lo saludó alegremente. A pesar de que el helicóptero se iba quedando atrás, la expresión de furia de Yuen era clara.

Pero no había nada que pudiese hacer ya para detenerlos, excepto abrir fuego sobre el Maglev. Y por más grande que fuese el negocio de Yuen, y por más amigos que tuviese en el gobierno chino, acribillar la maravilla más prestigiosa del país a balazos no era algo que pudiese limpiar fácilmente de su historial.

El tren siguió acelerando. Unas pantallas de LED verde en el techo del vagón iban mostrando la velocidad. Ya había sobrepasado los ciento cincuenta kilómetros por hora, doscientos… y seguía en aumento.

Desapareció el brillo del foco; el helicóptero de Yuen había mordido el polvo.

Chase se giró hacia Sophia. Había superado la experiencia en mejores condiciones que él: tenía manchas de hierba en el vestido y unos pocos cortes en los brazos desnudos como únicos daños.

—¿Estás bien? —le preguntó, de todas formas.

—Estoy bien. —Se inclinó y le dio un beso en la mejilla—. Gracias, Eddie. Gracias por ayudarme. Sabía que vendrías.

—En realidad, no podía decir que no, ¿verdad? Pero no te acostumbres…

Sophia sonrió.

—Lo intentaré.

Se recostó y miró por la ventana. Las afueras de Shanghái se deslizaban rápidamente en la oscuridad.

—¿Y ahora qué?

—¿Ahora? Llegamos al aeropuerto, recojo el resto de mis cosas de una taquilla y después nos subimos a un avión y volvemos a Estados Unidos.

—¿Así, sin más?

—Sin más. Trabajar para la ONU puede ser bastante aburrido… pero tiene algunas ventajas. Cuando estemos en el aire llamaré a mi jefe de la AIP. Y después podemos averiguar hasta qué punto está cubierto de mierda tu marido.

Pensó en la memoria que estaba en el bolso de Sophia. ¿Para qué quería Yuen los archivos de la AIP y qué tenía él que ver con el hundimiento de la plataforma del SBX sobre la Atlántida?

Y más aún: ¿qué interés tenía Yuen en él… y en Nina? Sintió una punzada de culpabilidad por no haber pensado en ella y se preguntó si estaría bien.

Seguro que sí, trató de convencerse. Fuese lo que fuese lo que estuviese haciendo, a duras penas podría compararse con lo que él acababa de pasar…

7

Nueva York

Nina avanzó todo lo que se atrevió por el túnel oscuro mientras el agua fría le salpicaba las piernas. Por el olor, asumió que una alcantarilla se filtraba en el pasadizo. Oía cada poco tiempo movimientos raudos… ratas que se escabullían rápidamente, escapando de ella.

No estaba segura de cuánto tiempo llevaba corriendo o de cuánto se había alejado ya de la estación de City Hall… Solo sabía que no era suficiente. Aunque el estrecho túnel era sinuoso, iba solo en una dirección. Unos barrotes bloqueaban cada uno de los pasadizos laterales, por lo que no había ningún lugar donde pudiese esconderse de sus perseguidores.

Y se estaban acercando. Al cerrar la trampilla de la estación abandonada, había ganado algo de tiempo extra mientras sus perseguidores comprobaban las escaleras… pero cuando se dieron cuenta de que no había salida, no les había llevado mucho tiempo deducir por dónde había ido.

Los brazos le dolían tanto como las piernas. El libro le resultaba cada vez más pesado y sus bordes afilados se le sepultaban en la carne. Pero no podía deshacerse de él ni aunque quisiera, no podía sencillamente dejarlo tirado para que sus perseguidores consiguiesen lo que buscaban. Seguía unido a su muñeca.

Otro giro. Nina dobló la esquina esperando encontrar una salida o, al menos, otros pasadizos que pudiesen confundir a los hombres que la seguían. Pero no había más que más luces débiles en el techo abovedado que la obligaban a penetrar más profundamente en la oscuridad.

Y más agua. El túnel inició una cuesta abajo y después volvió a nivelarse y el charco estancado se hizo más profundo. En algún lugar, más adelante, oyó el débil silbido de agua fluyendo.

Correr se hizo más duro. Una capa de fango viscoso bajo la repugnante superficie se tragaba sus pies a cada paso. Era como una pesadilla infantil hecha realidad, una sensación de intentar correr entre arenas movedizas.

Su miedo aumentó. Cuanto más lentamente se movía ella, más se acercaban los dos hombres… Y no necesitaban atraparla. Solo dispararle.

Jadeando en busca de aire, corrió más rápido, obligando a sus rodillas a subir más alto mientras sus pies pisoteaban el lodo. El ruido de agua corriente delante de ella se hizo más fuerte… así como los chapoteos que venían detrás.

No se atrevió a mirar. Otro giro en el túnel, un brillo débil de la luz del día en las paredes sumado al amarillo grasiento de las bombillas…

Uno de los dos pares de pisadas que la perseguían se paró de golpe.

Tenía una línea de tiro clara…

El ruido sordo de los disparos silenciados se vio amplificado por el espacio reducido, pero eso no fue nada comparado con el estruendo de las balas golpeando las paredes y desprendiendo esquirlas mientras Nina se lanzaba hacia delante para doblar la esquina precipitadamente. Pedazos de ladrillo roto llovieron sobre ella cuando aterrizó en el asqueroso charco.

Los disparos cesaron. Se puso en pie y algo horrible crujió bajo una de sus manos, entre la mugre. Las cucarachas huyeron de ella. El túnel volvió a ir cuesta arriba. La fuente de luz solar era visible al final. Provenía de un hueco que conducía a una sala más grande.

Una salida.

Nina subió la rampa. El agua corría desde la parte superior de la apertura. Llegó al final…

Y se agarró desesperadamente a una tubería que había por encima de su cabeza para evitar caerse a un pozo abierto.

Se quedó allí colgada un momento, con una mano en la tubería y los pies balanceándose en el borde del túnel. Después, con sumo cuidado, cambió la distribución del peso y se inclinó hacia atrás, tambaleándose antes de recuperar el equilibrio.

La sala de techo alto en la que había entrado tenía unos tres metros de ancho; era una especie de pozo de alcantarilla. Las tuberías desembocaban en él desde varias alturas y ángulos, escupiendo sus contenidos en el vacío inferior. La luz del día provenía de unos mugrientos ladrillos de cristal del techo, a unos doce metros de altura. Mientras los miraba, alguien caminó por encima y, por un momento, emborronó el cielo.

Había unos peldaños oxidados que sobresalían de la pared, una escalerilla que conducía a una tapa de alcantarilla de la calle…

Una tapa cerrada a cal y canto. Hasta desde su posición se veía el candado que la mantenía así.

Miró hacia abajo. Los peldaños descendían en el abismo inferior, pero no podía ni tan siquiera adivinar a qué profundidad llegaban. Ni que eso fuese importante. Tanto si subía como si bajaba, los hombres armados llegarían al final del túnel mucho antes de que ella alcanzase cualquiera de los finales de la escalerilla.

Pero había algo al otro lado del pozo, otro pasadizo. La entrada era más pequeña que esa en la que estaba, pero se veía el brillo de una luz en su interior. Otra salida.

Si podía llegar hasta allí… No había ningún puente que cruzara el pozo, solo la tubería metálica por encima de su cabeza.

Nina se colocó el libro sobre el hombro y lo apretó todo lo fuerte que pudo entre la mejilla y el brazo al tiempo que se sujetaba a la tubería con la mano izquierda. Después estiró la mano derecha, respiró profundamente, aterrada…

Y se colgó sobre el pozo.

El libro se tambaleó y amenazó con caerse hacia delante. Apretó con más fuerza el cuero con la cara para mantenerlo en su sitio. Si el libro se caía, el tirón de la cadena la haría soltar la tubería.

Se agarró lo más firmemente que pudo y deslizó la mano derecha hacia delante, unos treinta centímetros. Después movió la mano izquierda detrás de ella, unos cinco centímetros cada vez, intentando mantener el libro en su sitio. Su borde duro se le clavaba salvajemente en el hombro. Otros treinta centímetros, otros cuantos saltitos para acercarse…

Escuchó chapoteos en el pasadizo de detrás.

Nina soltó un jadeo tenso y trató de desplazarse más rápido. El libro se resbaló una vez más. Luchó para colocarlo de nuevo en su lugar, moviendo la cabeza y el brazo. Los pasos se acercaban frenéticamente. Otros treinta centímetros, la mano derecha hacia delante de nuevo…

Ya estaba en la mitad. No tenía ni idea de si los hombres la verían allí colgada. Era un blanco imposible de fallar.

Pero si le disparaban, se caería en lo desconocido y se llevaría el libro con ella. Si el pozo desembocaba en una línea de alcantarillado principal, su premio se lo llevaría la corriente. Eso debería disuadirles de disparar.

Quizás…

Cada movimiento la hacía sudar y su pánico iba en aumento. Una contractura le atenazó el hombro cuando el marco de latón se le clavó en los músculos. Un metro, medio metro, botas que chapoteaban subiendo el pasadizo tras ella…

Agua rancia y cosas peores salieron disparadas de un desagüe desde arriba, empapándole el pelo y la ropa. La tubería se volvió resbaladiza bajo sus manos. Nina sintió que el libro se le deslizaba hacia atrás, esta vez. Volvió a apretarlo contra la mejilla, intentando mantenerlo en su lugar, pero estaba alcanzando un punto de no retorno.

Menos de treinta centímetros para llegar…

El libro se inclinó. El cuero le rozó la cara, después el frío borde del marco. Y adiós.

Se cayó y la cadena le pasó al lado de la cabeza mientras ella se sujetaba al borde de la pared del pasadizo con la mano derecha. Cerró los dedos alrededor del metal. El peso repentino del libro desprendió su mano izquierda de la tubería…

La derecha aguantó firme. Por poco. Ahogando un grito, Nina estiró una pierna y consiguió colocar la punta del pie en el borde del túnel. El libro oscilaba como un péndulo y golpeaba los laterales del pozo, agrietando la hebilla que lo mantenía cerrado. Con todos los músculos doloridos, se lanzó hasta el suelo sólido de la entrada del túnel, arrastrando el libro con ella.

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