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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (5 page)

—Pensé que ya era hora de que el nivel de la AIP subiese —dijo Corvus, sonriendo.

Yuen le sonrió también, aunque su gesto era algo menos honesto.

—Bueno, ¡pues buena suerte con la búsqueda de tumbas! —Miró por encima del hombro a otro grupo de gente que estaba cerca—. En fin, he de seguir saludando. René, gracias por la invitación, y Vic, ¡no te olvides de invitarme a la Casa Blanca! Vamos, So.

—Encantada de conocerla —le dijo Sophia a Nina antes de que Yuen la cogiese de la mano y la alejase de allí.

—Pequeño mocoso —murmuró Dalton después de que se marchase—. No me importa los miles de millones que tenga… sigue siendo un idiota. ¡Pero demonios, ha sabido elegir esposa!

—Es un hombre muy afortunado por haber encontrado a alguien tan perfecto —admitió Corvus. Se giró hacia Nina—. Y usted, Nina. ¿Están usted y Eddie planeando casarse?

A Nina la pregunta la pilló con la guardia baja y tragó rápidamente otro sorbo de champán antes de contestar.

—Eh, bueno, no lo sé.

Aunque después del numerito de Chase de esta noche, no parecía que eso estuviese en su agenda a corto plazo.

Miró a su alrededor, preguntándose si ahora que Sophia se había ido, él iba a volver. No había ni rastro de Eddie. Decidió buscarlo para mostrarle lo molesta que estaba por su comportamiento.

Después de acabar la copa.

Chase vagó sin rumbo por el Ocean Emperor. Ir a esa función teatral había sido sin duda una mala idea. Con la nueva actitud petulante de Nina… y después de su encuentro con Sophia, de entre todas las personas del mundo…

Ni siquiera deseaba pensar en ella. Era una parte de su pasado que creía que había conseguido olvidar. Al parecer, no era así.

Subió a la cubierta de popa, descubriendo con alivio que había menos invitados allí. El viento fresco invitaba a quedarse en el interior. Caminó hacia la barandilla que había al lado de la plataforma natatoria replegable para volver a observar Manhattan y le sorprendió que alguien lo llamase por su nombre. Se giró.

—¿Matt?

—¡Eh, Eddie!

Matt Trulli caminó hasta llegar junto a él. El rechoncho australiano pelopincho parecía estar totalmente fuera de lugar entre los demás invitados. Llevaba puestos unos pantalones de cintura desgastada y una camisa chillona. Sacudió la mano de Chase con un entusiasmo genuino.

—¡Hacía siglos que no te veía! ¿Qué tal te va, tío?

—Bien, gracias. ¿Qué estás haciendo tú aquí?

Trulli señaló el puente del Ocean Emperor.

—¡Ahora trabajo para el jefe!

—¿Para Corvus?

Trulli asintió.

—Normalmente curro en las Bahamas, pero estaba en Estados Unidos por un seminario en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Me sorprendió un poco recibir una invitación, pero pensé «¡Qué demonios, bebida gratis!».

Levantó la copa.

Chase se dio cuenta de que él no tenía bebida y tampoco vio a un camarero cerca para alcanzarle una. Daba igual; no quería beber más. No como Nina…

—¿Así que sigues en el mundo de los submarinos?

—Sí. Después de que el negocio de Frost se fuese a pique, empecé a trabajar para René, diseñando hoteles submarinos.

Chase lo miró con escepticismo.

—¿Hoteles submarinos?

—Tú ríete, tío, ¡pero van a ser el próximo bombazo! —le aseguró Trulli—. Ya lo son en Dubái. Y adivina qué diseño elegí: módulos que puedes atornillar unos a otros como prefieras. Te despiertas por la mañana, miras por la ventana y ¡tachán! Peces justo ahí. De hecho, René ha estado viviendo en el prototipo, en las Bahamas. Bastante guapo. No me importaría tener uno, ¡pero cuesta un poquitín más de lo que puedo pagar por un apartamento!

—Sé a qué te refieres —dijo Chase contrariado, mirando Manhattan.

—Pero bueno —continuó Trulli—, ahora que ya he finiquitado lo de los hoteles, estoy trabajando en algo mucho mejor. —La cara le cambió y puso una clara expresión de «ups»—. Solo que, bueno, en realidad no puedo hablar de ello.
Top secret
, ¿sabes?

Chase le sonrió a medias.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

—Oh, gracias, tío. Pero solo te diré esto: ¡es jodidamente impresionante! ¿Te acuerdas de que los submarinos que construí para Frost se parecían a unos buldóceres? Pues esto se parece más a un Ferrari. ¡Va a ser fantástico! Bueno, cuando consiga que el muy cabrón funcione. —Bebió otro trago y después se apoyó en la barandilla de popa—. ¿Y qué hay de ti, tío? ¿Cómo pillaste una invitación para este fiestón?

—Estoy aquí con Nina. Ella recibió la invitación, no yo.

Trulli reaccionó con curiosidad por su tono cortante, pero no hizo ningún comentario.

—¿Entonces tú y ella estáis…? —preguntó, en cambio. Chase asintió—. ¡Oh, genial!

—No te emociones mucho; no estamos casados ni nada de eso. No estoy muy seguro de cómo estamos ahora mismo, si te soy sincero.

—Vaaale… ¿Entonces ella trabaja para la AIP?

—Sí. Y yo también.

—Pillado. ¿Y tú qué haces?

Chase expulsó el aire de sus mejillas antes de responder.

—Bueno, la mayor parte del tiempo siento el culo en mi despacho y no muevo un puto dedo. El nombre oficial de mi trabajo es «asistente de la directora de operaciones»; mi cometido real es cuidar de Nina cuando realiza de trabajo de campo, pero como no ha salido durante más de un año, en realidad no tengo mucho que hacer en todo el día.

Las palabras surgieron con bastante más frustración que la que había pretendido.

—¿Entonces Nina es tu jefa? Eso debe hacer que la cosa sea… interesante.

Chase lo miró con una sonrisa sombría y forzada.

—¡No tienes ni idea!

Trulli parecía un poco incómodo.

—Entiendo… ¿Está por aquí? No me importaría saludarla.

—Hablando del rey de Roma… —dijo Chase cuando escuchó unos tacones caminando rápidamente hacia él.

Se giró y vio a Nina acercándose con una expresión furibunda y el vestido agitándose al viento.

—Te he estado buscando —le soltó antes de ver a Trulli a su lado—. ¡Matt! Oh, Dios mío, ¿cómo estás? ¿Qué estás haciendo aquí?

—Acabo de decirle a Eddie que trabajo para René Corvus —dijo Trulli—. Sigo construyendo submarinos. He oído que ahora tienes un puesto elevado en la AIP. ¡Felicidades!

—Gracias. Mira, Matt, siento interrumpiros, pero necesito hablar con Eddie. En privado.

Trulli miró a Chase con preocupación y después vació la copa.

—Claro… De todas maneras, tengo que ir a por otra. ¿Nos vemos más tarde?

—Quizás —dijo Chase.

Trulli le dio una palmadita en el brazo y después besó a Nina en la mejilla antes de entrar.

Chase lo observó alejarse y después se giró y vio a Nina mirándolo fijamente. Él le señaló su vaso.

—¿Ahora toca vino tinto? ¿Es la sexta o la séptima copa de la noche?

—No intentes cambiar de tema.

—No me has dicho cuál es el tema.

—Sabes perfectamente cuál es el tema. —Dio un paso para acercarse a él—. ¡Nunca me he sentido tan humillada en mi vida! No me importa qué problema tuviste con Sophia, al menos podías haber fingido ser civilizado. ¡Conozco a niños de diez años que se comportan de forma más madura! Por favor, ¡René y el marido de Sophia son directores de la AIP!

—«No ejecutivos». —apuntó Chase, con sarcasmo.

La cara de Nina se tensó, enfadada.

—¿Te haces una idea de lo mal que me has hecho quedar delante de esa gente?

—Oh, por fin llegamos a la cuestión —dijo Chase, apoyándose en la barandilla—. Eso es realmente lo que te revienta, ¿no? Estabas tragándote el champán con los multimillonarios y aspirantes a presidentes y su jodida ilustrísima y, de repente, te acuerdas… «¡Oh, mierda! Mi novio solo es un fornido exsoldado, ¡qué vergüenza! ¡Mejor ponerlo en su sitio o mis nuevos amigos podrían pensar que me parezco más a él que a ellos!».

—¡Eso… eso no es para nada lo que ha pasado y tú lo sabes! —dijo Nina, con la boca abierta por la indignación—. ¿Y qué problema tienes con Sophia? ¿De qué la conoces?

—Eso no es asunto tuyo.

—Oh, me parece que tú has hecho que sea asunto mío.

Chase se enderezó de golpe y colocó la cara a unos centímetros de la de Nina. Con la ayuda extra de sus tacones, era tan alta como él.

—De acuerdo, ¿quieres saber qué problema tengo con Sophia? Ella cree que solo por haber nacido dentro de una familia adecuada, el resto del mundo está por debajo de ella. ¿Pero sabes una cosa? —Su cara mostró una expresión desdeñosa—. Viniendo de ella eso no me molestó tanto en su día. Al fin y al cabo, ella había sido siempre así y no sabía comportarse de otra manera. ¿Pero tú? Consigues un trabajo tremendo y un poco más de pasta, empiezas a chismorrear con esos políticos y gilipollas ricos, ¿y, de pronto, te crees que eres mejor que yo y que puedes tratarme como a una mierda?

Nina se puso colorada, hecha una furia y los labios se le convirtieron en unas líneas temblorosas. Entonces…

¡Plas!

—Que te jodan, Eddie —le soltó, girándose sobre sus tacones y alejándose a zancadas, dejando a Chase con el vino tinto goteándole por la cara y cayendo sobre su camisa y su chaqueta.

Él respiró profundamente y se limpió los ojos. La poca gente que había en la cubierta miró rápidamente a otro lado.

—¿Qué? —les dijo, sonriéndoles ampliamente, mostrando el hueco que tenía entre sus dientes superiores—. Una fiesta no es una fiesta hasta que a alguien le arrojan una bebida a la cara.

Como la fiesta se celebraba en un yate a las afueras del puerto de Nueva York, la opción de coger sencillamente un taxi para volver a su apartamento no era posible… ni para Nina, ni para Chase. En lugar de eso, tendrían que esperar a uno de los botes para volver y después permanecer sentados en el parsimonioso camino de regreso a la orilla, hasta tomar por fin un taxi y llegar a la parte superior del Upper East Side. El viaje completo llevaba casi cuarenta y cinco minutos. Ninguno le dirigió la palabra al otro en todo el camino.

2

—Ay!

Nina se retorció dolorosamente sobre su almohada, buscando desesperadamente un pedacito más fresco que pudiese aliviar su dolor de cabeza. No encontró ninguno.

La música que retumbaba en la habitación de al lado, rock de los setenta y de los ochenta, tampoco ayudaba. Ni los «cánticos» que la acompañaban.

Se arrastró a regañadientes por la cama. La camiseta larga que llevaba puesta estaba arrugada y sudada. Un vistazo en el espejo después de rodar para salir de entre las sábanas le indicó que su pelo necesitaría un trabajo de restauración serio antes de su reunión.

La reunión…

De repente, presa del pánico, entró corriendo en el salón del apartamento, bizqueando ante la brillante luz de la mañana que entraba por las ventanas del balcón.

—¿Qué hora es? —preguntó.

Chase, de pantalón corto y camiseta gris, estaba levantando pesas. Interrumpió su interpretación poco melodiosa de
Free Bird
.

—Por la mañana, tesoro —le contestó, con un tono indudablemente sarcástico.

—No, Eddie, en serio, ¿qué hora es? Tengo que prepararme, tengo una reunión con…

—Solo son las siete, relájate. Ni siquiera a ti te lleva tanto tiempo arreglarte.

Chase reanudó sus flexiones de bíceps.

—¿Las siete? Espera, ¿me has despertado tan temprano…? ¿Puedes bajar eso? —dijo, señalando con un dedo la cadena a la que había conectado su iPod.

A regañadientes, Chase paró de hacer levantamientos el tiempo suficiente como para bajar ligeramente el volumen. Después volvió a coger las pesas.

—Es miércoles por la mañana. Día de entrenamiento.

Nina hizo una mueca de dolor.

—Oh, Dios, ¿en serio? Hoy no me siento con ánimos para eso.

—En primer lugar, fue idea tuya —bufó Chase. Hizo una imitación nasal y chillona de su acento—: «Eddie, ¿puedes conseguir ponerme en forma? Eddie, ¿puedes enseñarme autodefensa?». Tú fuiste la que insistió y me dio la lata.

—Yo no te di la lata —se quejó Nina—. Mira, ¿no podemos saltárnoslo aunque solo sea esta semana?

—Deberías hacerlo al menos dos veces por semana si quieres que valga para algo. —Cambió de estrategia—. Bueno, yo voy a seguir. Puede que esté atrapado detrás de un escritorio todo el día, pero al menos a mí no se me van a caer las carnes.

A Nina no le gustó esa expresión, pero no estaba segura de que fuese con segundas. Decidió ignorarla. Esta vez.

—Vale, vale. Pero que sea breve, veinte minutitos. De verdad que tengo que arreglarme para la reunión. Y deja que me asee antes.

Cuando Nina salió del baño, cinco minutos más tarde, Chase ya había apartado la mesita de cristal y el sillón de cuero negro de Le Corbusier a un lado para hacerle sitio a una gruesa esterilla de espuma azul en el centro de la habitación. Ella se había puesto un pantalón de chándal y caminaba descalza por el suelo.

—Joder, tengo frío.

—Es lo que tienen estos suelos de madera tuyos —dijo Chase, despectivamente—. Tu antiguo piso estaba mucho mejor. Ya sabes, era acogedor y cálido, con moqueta… Sin tantos lujos.

Miró con mala cara la alargada talla de un guerrero africano, la pieza principal de la habitación.

—Tú también vives aquí —le recordó Nina, con una mirada igual de desaprobadora a su pitillera de cerámica cubana con forma de un radiante Fidel Castro, ahora usada como el lugar donde echar las monedas al llegar a casa, que Chase había insistido en colocar sobre la encimera de la cocina. Lo que había hecho exactamente Chase en Cuba durante su época en las Fuerzas Aéreas Especiales británicas era otra cosa de su pasado que ella nunca había conseguido sonsacarle. Comprendía el valor sentimental de ese objeto (había sido un regalo de broma de su amigo Hugo Castille, muerto en la expedición de la Atlántida), pero Dios, ¡era feísimo!

—Quién lo diría… —murmuró él, adquiriendo una postura marcial—. ¡Vale! Empecemos.

La sesión de entrenamiento comenzó con un calentamiento y después pasó al judo y ambos trataron, por turnos, de derribarse. A Nina no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que Chase estaba ofreciendo bastante más resistencia de lo habitual cuando ella intentaba tirarlo. Y la forma en que la trataba…

Dejó escapar un grito de cabreo cuando la volvió a lanzar a la esterilla por tercera vez (con fuerza) y hundió su rodilla en el pecho, inmovilizándola.

—¡Eddie, eso duele!

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