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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (11 page)

Nina se tiró al inmundo canal con el libro por delante. El conductor reaccionó con sorpresa cuando percibió su movimiento entre las luces. Los bajos del metro echaron chispas. El acoplador delantero pasó zumbando a su lado, pillándole el pelo y arrancándole un mechón. Ella chilló y su chillido apenas se pudo oír por encima del ruido del metro y de las ruedas que golpeaban las uniones de las vías como si fuesen enormes mazos.

Después escuchó otro aullido que se interrumpió de golpe y fue sustituido por el crujido de huesos rotos: a su perseguidor lo había alcanzado el metro, aunque había tratado de esquivarlo pegándose a la pared del túnel.

El conductor accionó con fuerza los frenos de emergencia. Nina chilló de nuevo, apretando las orejas con las manos para tratar, en vano, de minimizar el ruido. Vagón tras vagón pasaron chirriando sobre ella. Se desprendieron más chispas desde las ruedas, que la fueron chamuscando…

El metro se paró. Se impuso el silencio. Nina no estaba segura de si ese silencio era el resultado de que la máquina hubiese apagado los motores, o de que se hubiese vuelto sorda. Encogiéndose, abrió los ojos.

El último vagón se cernía sobre ella como un sudario negro. Las luces del interior iluminaban el túnel. Temblando y con gran cuidado de no tocar los raíles, salió de debajo del metro. Miró hacia atrás y vio un enorme charco de sangre a lo largo de la pared, una mancha irregular roja que se extendía como si un pintor hubiese usado un pincel gigante.

El sentido del oído comenzó a recuperarse y fue identificando sonidos: el gruñido del metro al ralentí, los chirridos y quejidos del metal que aún temblaba por la parada de emergencia…

Y voces.

El segundo par de hombres se encontraban parados temporalmente por culpa del metro, que bloqueaba la sección estrecha del túnel, pero no les llevaría mucho tiempo superar ese obstáculo.

Nina se arrastró por un lado de la vía, agachándose para pasar por debajo de la parte sobresaliente del vagón de cola del metro, y después se puso de pie de un salto y corrió de nuevo. El túnel se abría más adelante. Las bombillas e incluso un brillo de luz solar relucían sobre diseños elaborados de azulejos de color crema, verde aceituna y rojo ladrillo…

La estación de metro de City Hall.

Nina había estado antes allí con sus padres, de niña. El interés familiar por la historia no se limitaba a lo antiguo; Nueva York también contenía un montón de tesoros perdidos. La estación, construida como la obra maestra de la línea de metro de Interborough, apenas tenía tráfico de pasajeros en comparación con sus vecinas cercanas, y su andén, tremendamente curvado, hizo que ampliarlo fuese una opción poco práctica cuando aumentó la longitud de los metros, con lo que se acabó cerrando en 1945, quedando olvidada y oculta para todos excepto para el puñado de visitantes que se acercaba a contemplarla en las contadas ocasiones en que se abría al público.

Ella había sido uno de esos visitantes y recordaba su distribución: había unos escalones en el andén único que conducían al entresuelo. Y las escaleras que había en este subían hasta cada una de las dos aceras de Murray Street, a poca distancia del ayuntamiento. Y allí habría policías.

Los tragaluces de cristal esmerilado del techo abovedado proporcionaban la suficiente iluminación como para poder apreciar las paredes adornadas con azulejos, pero Nina no podía dedicarles ni un momento. Se encaramó al andén y miró hacia atrás. Las luces traseras del metro la observaban fijamente, como si fuesen ojos demoníacos. En algún lugar, detrás, alcanzó a oír a los perseguidores que quedaban acercarse a por ella, gateando bajo los vagones.

Apretó el libro contra el pecho y subió corriendo las escaleras hasta el entresuelo. La escalera de su derecha era la que la llevaría más cerca del ayuntamiento…

¡Mierda!

Nina se paró en seco, maldiciendo por su propia estupidez. La estación estaba cerrada… al igual que sus entradas. No entraba la luz del sol por ninguna de las escaleras. Estaban selladas.

No había salida.

Ruidos en el andén de abajo. No podía regresar al túnel.

Encontró un espacio en una pared, un hueco donde en su tiempo había habido una taquilla.

Y una trampilla en su interior…

Nina corrió hacia ella, sin más opciones. Había una manilla… y un pequeño candado.

Tiró de la manilla. No se movió. Pies corriendo por el andén.

Golpeó la pieza con el borde del libro con fuerza, una vez, dos veces. El cristal se agrietó pero no le importó y lo volvió a usar de nuevo contra la trampilla cerrada, como si fuese un ariete, por última vez…

El candado cedió y los pedazos de metal saltaron por los aires.

Nina abrió la trampilla sin importarle lo que encontraría. Entró y cerró la puerta tras ella. Se encontró con un pasadizo de techo bajo que llevaba hasta un pozo vertical.

Que solo bajaba.

Miró hacia abajo desde el borde. Había una luz muy débil al fondo, una bombilla solitaria. El pozo descendía más allá del nivel del túnel del metro. No tenía ni idea de adónde conducía.

Pero no tenía opción. Los hombres se acercaban, corriendo.

Colocó con dificultad el libro en el hueco del codo y bajó apresuradamente por la escalerilla.

5

Shanghái

El ascensor de cristal ascendió por la cara vertical del edificio Ycom, ofreciéndoles a Chase y a Sophia unas vistas espectaculares de Shanghái en su recorrido. Mei había aparcado el taxi en el aparcamiento subterráneo y los esperaba allí. Había un puesto de seguridad en la entrada del vestíbulo en la planta inferior, pero los dos guardias que estaban de turno no habían hecho otra cosa que inclinarse ante Sophia y dejarla pasar rápidamente.

No estaban solos en el ascensor. Como proveedor de internet, Ycom trabajaba las veinticuatro horas y, junto con ellos, subía un joven friki chino con una camiseta de Buffy (al igual que los ejecutivos, los frikis parecían ser iguales en todas las partes del mundo), que acaba de recoger una bolsa de comida, la cual olía deliciosamente, de manos de un chico de reparto en motocicleta. Él también pareció reconocer a Sophia y sonrió con timidez, aunque no tuvo el valor de mirarla directamente.

Se bajó en el piso veinte.

—Parece que tienes un club de fans —le dijo Chase cuando las puertas se cerraron y el ascensor reinició su ascenso hacia el piso principal.

—A Richard le gusta presumir de mí —le contó Sophia—. Me ha hecho pasearme por el edificio unas cuantas veces.

—Entiendo. Y apuesto a que todos los frikis como este no pueden esperar para ir a hacerse una paja inmediatamente después.

—¡Eddie! —le reprendió Sophia—. Eso es asqueroso.

Él sonrió.

—Bueno, ya me conoces.

—Demasiado bien, pero no solías ser tan vulgar.

—Eh, no tenía por qué haber venido —dijo Chase, levantando una mano como si estuviese a punto de pulsar un botón para parar el ascensor—. Puedo volver a casa de nuevo, si quieres.

—Lo siento —dijo ella, apartando la mirada de él y fijándola en las luces de neón brillantes, tipo
Blade Runner
, de la ciudad—. Es solo que… no sabía cómo me iba a sentir al verte de nuevo. Sobre todo después de la manera en que reaccionaste en el yate de Corvus. Y si te digo la verdad… sigo sin saberlo.

Lo miró de reojo.

—Y me parece que tú aún tienes algo pendiente. Eddie, yo…

—Me pediste ayuda y vine a ayudarte —la interrumpió Chase, con firmeza—. Sobre todo porque afecta a la AIP.

Se le ocurrió algo.

—Además, ¿cómo sabías que trabajaba para la AIP? Está claro que habías escrito esa nota antes de la fiesta; sabías que yo estaría allí.

—Richard tiene una carpeta sobre ti —dijo Sophia—. Y otra sobre tu… tu novia. La doctora Wilde.

—¿Nina? —exclamó Chase, preso de una repentina inquietud.

—Sí. No sé por qué las tiene, pero estaban junto con otros archivos que creo que robó de la AIP.

Se giró para situarse delante de la puerta.

—Ya estamos aquí.

Chase tenía más preguntas, pero se las calló. Una suave campanilla repiqueteó y las puertas se abrieron. Sophia entró en un área de recepción de mármol negro, con los tacones resonando sobre la piedra pulida. Él la siguió.

Sentado detrás de una mesa grande y negra semicircular había un único guardia de seguridad uniformado. Reaccionó mostrando sorpresa y agrado al reconocer a Sophia, pero su gesto se transformó en cautela cuando vio a Chase tras ella.

—Buenas noches, lady Sophia —le dijo, con fuerte acento, poniéndose de pie y haciendo una leve inclinación de cabeza.

—Buenas noches, Deng —le respondió Sophia, amablemente.

Rodeó la mesa y le indicó a Chase con una mano que permaneciera donde estaba.

—¿Qué tal está esta noche?

—Muy bien, lady Sophia —contestó Deng, respirando agitadamente.

Chase no sabría decir si el hombre estaba nervioso o excitado. Pero lo averiguó enseguida cuando Sophia se acercó hasta él y le cuchicheó algo en mandarín. Las cejas de Deng se elevaron con el placer inconfundible de alguien que no podía creerse su buena suerte. Respondió tartamudeando. Sophia se inclinó para acercarse más y le susurró directamente en la oreja. A continuación, le dio un beso muy suave en la mejilla que le dejó una manchita de pintalabios rojo brillante. Chase entrecerró los ojos.

Deng luchó con su corbata y después se inclinó de nuevo antes de salir corriendo por una puerta lateral, en dirección a los servicios.

—¿Qué ha sido eso? —le preguntó Chase.

—Deng y yo hemos hecho un trato —le respondió Sophia.

—¡Sí, joder, eso parece!

Un chispazo de irritación recorrió sus ojos oscuros.

—No de ese tipo. Aunque él sí que lo crea… Yo solo le he dicho, bueno, que se fuese preparando para mí. He sido buena con él, le he hecho pequeños regalos y, a cambio, él me ha sido útil. Por ejemplo, mirando hacia otro lado cuando tenía que entrar en el despacho de mi marido sin que nadie lo supiese.

Chase le echó un vistazo a la puerta.

—Se está preparando para ti, ¿eh?

—Eddie, no tenemos tiempo para eso. Vamos.

Se dirigió a las puertas dobles que había detrás de la mesa.

—Entra tú —le dijo él—. Me reuniré contigo en un segundo.

—¡Eddie!

Él la ignoró. Se acercó a la puerta del baño y llamó con suavidad. Se oyó la voz ansiosa de Deng. Abrió la puerta despacio y vio al guardia de seguridad de espaldas, sacándose la camisa. Deng no dijo nada más, estaba lleno de ilusión, entusiasmado… Se giró…

Chase le dio un puñetazo en la cara. Deng se tambaleó hacia atrás hasta golpear la pared con los ojos bizcos. A continuación, empezó a deslizarse poco a poco hasta el suelo y se desmayó.

—En tus jodidos sueños, tío —le dijo Chase a la figura inerte, señalándolo enfadado con su dedo índice.

Salió del baño y se encontró a Sophia esperándolo, con los brazos cruzados, impaciente.

—¿Qué? —le preguntó él, fingiendo inocencia—. ¿De verdad pensabas que iba a dejar que este cabronzuelo guarrete se fuese de rositas?

—Tú entra —le replicó ella, abriéndole la puerta.

Traspasándola se encontró con una serie de habitaciones conectadas entre sí, iluminadas suavemente y decoradas sin reparar en gastos. Dominando el vestíbulo central había varias láminas de metal cobrizo colgando del techo que parecían estandartes rígidos.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Chase.

El metal tenía un aspecto erosionado y batido a mano y lo surcaban tiras enrolladas de otros colores que serpenteaban aleatoriamente por su superficie.

—La última instalación de Richard. Las cambia cada mes o cada dos meses —le contestó Sophia, dejándola atrás y guiando a Chase a un despacho, al final de la sala—. Son de un artista alemán llamado Klaus Klem. Valen unos ocho millones de dólares, en conjunto.

—¿Ocho millones? —gritó Chase—. ¡Yo no pagaría ni ocho peniques por ellas!

Sophia suspiró.

—Tú nunca tuviste buen ojo para el arte, ¿verdad? Bueno, aquí estamos.

Fue hasta una pared y apartó un cuadro abstracto, que Chase imaginó que valdría otros ocho millones de dólares, descubriendo una pequeña caja fuerte. En lugar de un dial, tenía un teclado numérico electrónico.

—¿Tienes la combinación? —le preguntó.

Sophia le sonrió, pícara.

—Un poco de champán y una cama grande y puedo conseguir lo que quiera.

—Sí, eso nunca fue un problema para ti, ¿verdad?

Le dio la espalda antes de que ella pudiese responderle. Miró a través de la enorme ventana, que cubría la pared desde el suelo hasta el techo, tras la descomunal mesa de Yuen. Abajo, la fachada trasera del edificio Ycom descendía describiendo su característica curva amplia. En la base de la estructura había un lago decorativo. Las fuentes brotaban de su interior, iluminadas bajo el agua por unas luces de colores que iban variando su tono lentamente.

Escuchó un pitido y se giró a tiempo de ver a Sophia abriendo la caja fuerte. Agitó en la mano un pasaporte británico granate con un movimiento triunfal y después sacó otro par de objetos y fue hasta la mesa. Con un rápido golpecito en el teclado, escondido en la superficie, activó el ordenador. Tres grandes monitores de pantalla plana se elevaron a través de unas ranuras en el mármol negro. Chase vio que la lista de carpetas en el monitor central estaba ordenada por nombres de políticos. Victor Dalton estaba entre ellos. Después se fijó en el pequeño objeto blanco que sostenía Sophia.

—¿Qué es eso que tienes ahí?

—Una memoria. Estoy casi segura de que fue así como le llegaron a Richard los archivos que vi, pero quiero comprobarlo.

Estiró la mano bajo la mesa y enchufó el USB.

—La contraseña que tengo para las copias del servidor solo tiene permiso de lectura… No puedo copiarlos o enviarlos por correo electrónico.

—Supongo que entonces no pudiste conseguir todo lo que quisiste…

Mientras el ordenador accedía al USB, Sophia obsequió a Chase con una mirada dura, pero también un tanto suplicante.

—Eddie, por favor, ¿puedes dejar a un lado tus problemas conmigo por ahora? Sé que no puedes resistirte a soltar tus pequeños comentarios sarcásticos en cuanto tienes oportunidad, pero inténtalo. Esto es demasiado importante.

—De acuerdo, lo intentaré —dijo Chase, sintiéndose incómodo con el correctivo.

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