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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (10 page)

Levantó la cabeza al percibir un ruido extraño, como un martilleo rápido. Mientras escuchaba, fue consciente de otro sonido en los límites de su audición. Muy agudo… ¿una alarma?

Pronto pudo escuchar con más nitidez el ruido cuando alguien abrió la puerta de los baños de hombres. Sin duda: era una alarma…

Su atención se distrajo y se le escaparon un par de páginas, que cayeron al suelo. Enfadado, Popadopoulos se inclinó para recuperarlas…

La puerta de madera de su cubículo se hizo astillas justo por encima de su cabeza cuando una ristra de balas la agujereó. Los azulejos de la pared se hicieron añicos y lo cubrieron de fragmentos de porcelana.

Popadopoulos decidió mantener la cabeza baja un poco más. Al menos esta vez no había tenido que esperar a que la naturaleza siguiese su curso…

—¡Mierda! ¡Mierda!

Nina se lanzó contra la mesa, tratando de moverla para bloquear la puerta.

Había alguien fuera. La manilla de la puerta giró…

Con un desesperado esfuerzo final, empujó la mesa hasta colocarla contra la puerta, cerrándola de golpe. Instintivamente, se agachó bajo ella y se abrazó al libro…

La puerta estalló y se llenó de agujeros desiguales mientras que quienquiera que estuviese en el otro lado la destrozaba con una ametralladora provista de silenciador. Nina gritó histéricamente, arrojándose al suelo sobre un costado. Las balas agujerearon la mesa, taladrando la sólida madera.

¡Balas perforantes!

La mesa no le iba a servir de protección contra ellas. Ni la mesa, ni nada de lo que había en la habitación… aunque pudiera salir de su escondrijo.

Los disparos cesaron. El hombre de fuera gritó, llamando a los demás para que acudiesen junto a él.

Nina apoyó el hombro bajo el borde de la mesa y empujó hacia arriba, forzando los músculos hasta el límite…

La pata se elevó apenas un centímetro… pero eso fue suficiente.

Nina liberó la cadena de un tirón y cogió el libro, buscando una salida o un lugar donde esconderse. No había ni una cosa, ni la otra. Corrió hasta la ventana y miró hacia afuera. Vio un callejón detrás del edificio, pero estaba cinco pisos más abajo y no había ninguna salida de incendios a la vista.

Se escuchó un sonoro golpe cuando alguien cargó contra la puerta. El escritorio se movió. Más acometidas y la puerta empezó a abrirse, un poco más cada vez.

Si trataba de empujarla para volverla a colocar en su sitio, podrían dispararle a través de la puerta.

El libro, en sus brazos, parecía estar hecho de plomo. Había subestimado lo pesado que resultaba; eran más quince kilos que diez. El cristal, el latón y las láminas de metal bajo el cuero se combinaban para convertirlo en su ancla personal.

Pero, por otra parte, era sólido…

Agarrándolo por la hebilla, golpeó la ventana con un extremo del libro, rompiéndola. Apartó los fragmentos más grandes y echó un vistazo atrás. La puerta se había abierto lo suficiente para poder ver a un hombre con rasgos asiáticos al otro lado, mirándola fijamente. Sus labios se curvaron, adelantándose a su futuro éxito, cuando sus miradas se encontraron y leyó su expresión de zozobra. Trató de meter a la fuerza una pistola a través del hueco…

Nina trepó para salir por la ventana.

Había una estrecha cornisa fuera, una demarcación del nivel de planta decorativa, pero apenas era más ancha que su pie. Y aparte del marco de la ventana, no había nada a lo que agarrarse. No tenía forma de llegar hasta otra ventana.

Pero vio un cable telefónico, uno principal y ancho que daba servicio a todo el edificio y que bajaba por él y cruzaba el callejón…

Detrás de ella, los golpes se reiniciaron. La mesa se arrastró por el suelo con cada intento de abrir la puerta a la fuerza.

Estaba a más de doce metros de altura. Si se caía, moriría casi con seguridad.

Aunque no había otra opción…

—Oh, mierda…

Nina jadeó cuando pasó el libro por encima del cable telefónico y después agarró la cadena con tanta fuerza como pudo…

Y retiró el pie de la cornisa.

Bajó al menos medio metro antes de que el cable colgante se tensase. Sintió quemazón en la muñeca izquierda cuando las esposas se le clavaron en la piel.

Nina se sujetó mientras se deslizaba por el cable. El callejón giraba bajo ella. Estaba demasiado asustada para gritar y observaba con impotencia que el muro del edificio de enfrente se acercaba a ella rápidamente.

Levantó los pies justo antes de chocar. El tacón de su zapato izquierdo se rompió con un sonoro «crac» cuando golpeó los ladrillos y el impacto hizo que sintiese una punzada de dolor en su rodilla. El libro se le cayó de la mano y salió disparado hacia arriba. La cadena chirrió contra el cable. Las esposas se le clavaron en la muñeca.

Balanceándose en el aire, Nina se quitó el zapato roto de un puntapié y observó lo que la rodeaba. Ya estaba más cerca del suelo que antes, pero todavía a dos pisos de altura. Había unos contenedores colocados en un lateral del callejón. Retorciéndose, miró hacia atrás, siguiendo el cable telefónico, y vio una cara en la ventana: el hombre de la coleta. Parecía tan sorprendido como ella de que lo hubiese logrado.

Pero seguía teniendo una pistola.

Trató de darle al libro para volverlo a pasar por encima del cable, pero se negaba a moverse. El propio peso de Nina lo mantenía en su lugar.

—¡Vamos! —bufó ella, golpeándolo.

Con cada golpe fue subiendo un poquito más, aunque seguía sin ser suficiente.

—¡Vamos!

Volvió a mirar hacia atrás. El hombre ya estaba apuntando…

Nina gritó cuando se cayó y aterrizó, dándose un batacazo en el interior de un asqueroso contendor abierto. Las bolsas de plástico estallaron bajo su peso. La basura se esparció por todas partes. Se sentó, parpadeando por la confusión antes de sobreponerse a la conmoción y de recuperar los cinco sentidos.

El olfato, en particular.

—¡Oh, puaj! —se lamentó mientras una aguda repugnancia superaba al resto de sus percepciones.

Pero el peso del libro todavía encadenado a su muñeca le recordó rápidamente sus prioridades. Luchó para buscar un punto de apoyo sobre las bolsas encharcadas y se asomó por el borde del contenedor, nerviosa.

El cable telefónico oscilaba flojo al lado de la ventana vacía. El atacante se había ido.

Su momento de alivio duró poco: ¡eso quería decir que venía tras ella!

Se obligó a levantarse mientras la basura del contenedor se despachurraba desagradablemente bajo su planta desnuda y escaló trabajosamente por un lateral. Se quitó el otro zapato con el pie y trató de orientarse. Si la entrada principal del piso «franco y seguro» de la Hermandad quedaba a su izquierda…

Fue hacia la derecha, acunando el libro entre sus brazos. Siendo como era residente de toda la vida de Manhattan, no necesitó mucho tiempo para situarse. Police Plaza (la sede del Departamento de Policía de Nueva York) se hallaba solo a unas manzanas de distancia. Allí estaría a salvo.

Si conseguía llegar.

Nina salió del callejón y buscó ayuda en la calle. Por supuesto, no había ningún policía a la vista. Pero un tipo paseaba en su dirección, vestido con un traje elegante, con su pelo lacio y unos auriculares
bluetooth
por los que hablaba telefónicamente con alguien.

Reaccionó como a cámara lenta cuando ella corrió hacia él. Comparaba su aspecto desaliñado con el traje de Armani que llevaba bajo los fluidos y las verduras podridas.

—Parece que necesitas ayuda, nena —dijo, finalmente.

—Oh, ¿en serio? —le increpó Nina—. Llame a la policía, ¡ya!

Él la miró con una sonrisa melosa y habló por los auriculares.

—Te volveré a llamar, tío, es hora de hacer de buen samaritano. Tengo a una damisela real en apuros.
Ciao
.

Nina miró hacia el callejón mientras él acababa la llamada. Cuatro hombres doblaron la esquina del fondo con las pistolas en la mano.

—¡Mierda!

—Eh, tranquilízate —dijo el hombre, marcando sin prisas las teclas de su teléfono—. Yo estoy aquí, cuidaré de ti…

Una bala hizo saltar un pedazo de pared, cerca de su cabeza.

El hombre dejó escapar un chillido de niña.

—Mejor pensado, ¡que te jodan! —gritó mientras huía corriendo.

—¡Hijo de puta! —le gritó Nina a una espalda que se alejaba rápidamente. Corrió en la otra dirección, hacia Police Plaza. Sus perseguidores habían llegado al callejón mucho antes de lo que había calculado… No iba a conseguir mantener la ventaja que tenía sobre ellos durante mucho tiempo, especialmente con el peso del libro, que la ralentizaba…

Pero quizás había otra manera de perderlos de vista.

Una entrada de metro al final de la calle bajaba hasta la estación del puente de Brooklyn. Corrió hacia ella, resollando. Tras de sí, oía los gritos de miedo de la gente de la calle al descubrir a los hombres armados.

Nina aceleró para bajar a la explanada de la estación. El andén más cercano estaba señalizado en verde: el metro 6 de la línea IRT. Siguió las indicaciones, corriendo descalza entre la multitud.

No tenía tiempo de comprar un billete, pero como cualquier neoyorquina que se precie, Nina sabía saltar los tornos, a pesar del obstáculo que suponía su valiosa carga. Un revisor bramó tras ella, pero se paró en seco al escuchar los sonidos de pánico provenientes de la explanada. Los hombres armados no se molestaban en esconder sus armas.

Había un metro aún en el andén. Si consiguiese subir a bordo…

Las puertas empezaron a cerrarse.

Corrió más rápido y los pies golpearon el cemento mientras esprintaba hacia el hueco que quedaba, cada vez más estrecho.

Las mugrientas puertas de acero inoxidable se cerraron. Nina llegó al metro justo un segundo después y golpeó las ventanas, aunque sabía que el conductor no iba a volver a abrir. Los frenos se desbloquearon con un sonido metálico y el metro partió, con un chirrido de los motores.

El andén estaba vacío y no había nadie para ayudarla. «Puente de Brooklyn» era la estación terminal del metro 6 y todos habían subido al que acababa de salir en dirección norte.

Se oyeron más gritos y chillidos desde la zona de los tornos.

Solo podía tomar una dirección.

Nina corrió por el andén hacia la boca del túnel por su parte sur y después saltó y aterrizó sobre el asiento de las vías, a escasos centímetros de uno de los raíles. No tenía ni idea de cuántos miles de voltios pasaban por él, pero no tenía intención de averiguarlo en persona.

La superficie de las vías era traicionera, estaba mugrienta y resbaladiza por la suciedad aceitosa. Los bordes afilados le lastimaron los pies, pero se obligó a seguir corriendo en la oscuridad.

El túnel describía una curva y los raíles brillantes desaparecían tras una esquina. La única fuente de iluminación que tenía por delante eran unas bombillas en la pared que emitían una luz débil y que se encontraban muy espaciadas entre sí. Miró hacia atrás.

Dos de sus perseguidores aparecieron en el andén por la misma entrada que había utilizado ella y buscaron a su alrededor hasta localizarla. Instantes después, los otros dos hombres armados entraron por una boca más lejana. Se habían dividido para rodearla, pero no habían pensado que se arriesgaría a entrar en los túneles.

Saltaron a las vías, tras ella.

Nina continuó corriendo, dejando atrás las luces pálidas y siguiendo la curva que describían las vías. Volvió a mirar atrás. Del grupo de hombres que tenía más cerca, había uno más rápido que su compañero, que iba reduciendo distancias velozmente.

Demasiado velozmente. Nina sabía dónde estaba, lo que había más allá del túnel, pero la iban a alcanzar antes de llegar allí.

Escuchó su respiración agitada justo detrás de ella…

El hombre trató de agarrarla del cuello de la chaqueta. Nina se retorció para liberarse. Pero, al momento, él ya estaba tratando de cogerla de nuevo y esta vez sujetaba la tela con más firmeza.

Con un grito que expresaba tanta ira como miedo, Nina se giró y golpeó la cara del hombre con la esquina afilada del pesado libro.

A pesar de la escasa luz, vio que lo había hecho sangrar y que tenía un tajo grande que le cruzaba la mejilla y el labio superior. El hombre se tambaleó, la punta de la bota tropezó con un tornillo y se cayó…

Sobre las vías.

Nina dio un salto hacia atrás cuando gruesas chispas iluminaron brevemente el túnel. El hombre se convulsionó y el humo chisporroteó en las partes de su cuerpo en contacto con los raíles, que creaban un circuito. La potencia de la corriente eléctrica que lo atravesaba lo estaba friendo vivo.

Ella se giró y siguió corriendo. El segundo hombre se le acercaba. Nina deseó que fuese lo suficientemente tonto como para tratar de rescatar a su amigo, electrocutándose él también…

No lo era. Se escuchó una breve pausa en sus pisadas mientras saltaba por encima del cadáver, que se carbonizaba rápidamente, y después continuó como si nada hubiese pasado. Se aproximaba velozmente.

Nina se dio cuenta de dos cosas al mismo tiempo. Ambas malas.

Los laterales del túnel estaban marcados con líneas rojas y blancas, que eran señales para los trabajadores de mantenimiento que les informaban de que no había sitio suficiente para permanecer en esa zona entre la pared y los vagones del metro.

Y eso se acababa de convertir en una amenaza para su vida, porque sintió el aire contra su cara…

¡Venía uno!

El túnel trazaba una curva donde los metros que llegaban a la estación del puente de Brooklyn podían girar para empezar su viaje de vuelta al norte. Y había uno que estaba justamente haciendo eso ahora mismo.

El brillo de las luces del metro se fue elevando mientras se acercaba. El metal rechinó contra el metal y el ruido de sus ruedas se convirtió en un rugido.

Nina siguió corriendo, atrapada entre dos peligros. Examinó con desesperación las paredes, buscando cualquier tipo de salida o un hueco, pero las líneas de advertencia seguían hasta donde alcanzaba la vista.

El ruido era casi insoportable. La luz destelló delante de ella y el morro chato del vagón apareció ante sus ojos tomando la curva… Y seguía sin haber ningún lugar donde esconderse…

Excepto entre las vías.

Una zanja, un acceso de mantenimiento para los cables que pasaban bajo las vías. No tenía más de quince centímetros de profundidad, pero era lo único que tenía.

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