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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (60 page)

—He encontrado a su gato —dijo Tuf.

—Ya lo veo —le contestó ella con cierta frialdad.

Tuf le entregó delicadamente el gigantesco gato gris y, al cambiar de manos, sus dedos rozaron levemente los brazos de Tolly Mune.

—Descubrirá que no le ha pasado nada malo durante sus vagabundeos —afirmó Tuf. Me tomé la libertad de hacerle un examen médico completo, para asegurarme de que no hubiera tenido ningún percance y de ese modo pude llegar a la conclusión de que se encuentra en un estado de salud perfecto. Podrá imaginar mi sorpresa cuando descubrí por casualidad, durante tal examen, que todas las mejoras biónicas de las cuales me había informado, parecían haberse esfumado de modo tan misterioso como inexplicable. No consigo imaginar cómo ha sido posible.

Tolly Mune apretó el gato contra su pecho.

—Mentí —dijo. Es telépata, igual que Dax. Puede que no sea tan bueno como él. Y eso es todo. No podía correr el riesgo de que se peleara con Dax. Quizás hubiera ganado, quizá no. Pero no deseaba verle acobardado e inútil —miró a Tuf, frunciendo el ceño. Así que ha conseguido proporcionarle una buena aventura amorosa. ¿Dónde estaba?

—Abandonó la estancia del maná, mediante una salida secundaria, en busca de su amada y luego descubrió que las puertas habían sido programadas para negarle la entrada. Así pues, se vio obligado a pasar unas cuantas horas recorriendo el Arca y trabando amistad con algunas de las hembras de la especie felina que la pueblan.

—¿Cuántos gatos tiene? —le preguntó ella.

—Menos que usted —dijo Tuf—, aunque ya me lo había imaginado. Después de todo, usted es nativa de S'uthlam.

La presencia de Blackjack en sus brazos le resultaba cálida y reconfortante y de pronto Tolly Mune se dio cuenta de que Dax no estaba presente. Ahora tenía nuevamente la ventaja. Rascó suavemente a Jack detrás de una oreja y gato clavó sus límpidos ojos gris plata en la figura de Tuf.

—No ha logrado engañarme —dijo ella.

Me había parecido altamente improbable conseguirlo —admitió Tuf.

—El maná... —dijo ella—. Es una trampa, ¿verdad? No ha soltado un montón de patrañas, confiéselo.

—Todo lo que les he dicho sobre el maná es cierto.

Blackjack lanzó un leve maullido.

—La verdad —dijo Tolly Mune—, ¡oh! ¡La condenada verdad! Eso quiere decir que se ha guardado unas cuantas cosas sobre el maná.

—El universo está lleno de conocimientos. En última instancia hay más cosas por conocer que seres humanos en condiciones de conocerlas, algo realmente asombroso teniendo en cuenta que la populosa S'uthlam figura incluida en las filas de la humanidad. Me resultaría francamente difícil decirlo todo respecto a un tema, por limitado que éste fuera.

Tolly Mune emitió un bufido despectivo.

—¿Qué pretende hacer con nosotros, Tuf.

—Voy a resolver sus crisis alimenticia —replicó él con su voz eternamente impasible, plácida y fría como un lago sin fondo y, al igual que éste, llena de secretos ocultos.

—Blackjack está ronroneando —dijo ella—, así que eso es cierto. Pero, Tuf, cómo... ¿cómo?

—El maná es mi instrumento.

—¡Y un dolor de tripas! —replicó ella—. Me importa una maldita verruga lo sabroso y adictivo que pueda ser su fruto o lo rápido que pueda crecer esa condenada cosa, pero ninguna planta va a resolver nuestra crisis de población. Ya lo intentó antes. Ya hemos recorrido todas esas coordenadas con el omnigrano, las vainas, los jinetes del viento y las granjas de hongos. Hay algo que no me está contando. Suéltelo, abra la boca de una vez.

Haviland Tuf la estuvo contemplando en silencio durante más de un minuto.

Sus ojos parecían incapaces de apartarse de los suyos y, por un instante, tuvo la sensación de que Tuf estaba mirando en lo más hondo de su ser, como sí también él fuera capaz de leer la mente.

Quizá fuera otra cosa lo que intentaba leer. Finalmente Tuf le respondió.

—Una vez que la planta haya sido sembrada, nunca podrá llegar a ser eliminada por completo, sin importar la diligencia con que lo intenten. Dentro de ciertos parámetros climáticos se extenderá con inexorable rapidez. El maná no será capaz de crecer por doquier, ya que el frío extremado puede matarlo y una temperatura baja constituye un freno efectivo a su desarrollo, pero lo cierto es que se extenderá hasta cubrir las regiones tropical y subtropical de S'uthlam y eso será suficiente.

—¿Suficiente para qué?

—El fruto del maná resulta extremadamente nutritivo. Durante los primeros años tendrá un efecto muy notable en cuanto a la mejora de su situación calórica y, con ello, hará que las condiciones de vida en S'uthlam se mantengan estabilizadas. Luego, habiendo agotado el suelo con su vigoroso avance, las plantas empezarán a morir y se verán obligados a utilizar una rotación de cosechas, durante algunos años, antes de que el suelo sea nuevamente capaz de sostener al maná. Pero, mientras tanto, el maná habrá completado su auténtica labor, Primera Consejera Mune. El polvo que se acumula en la parte inferior de cada hoja es en realidad un microorganismo simbiótico, vital para la polinización del maná, pero que posee al mismo tiempo otras propiedades. Transportado por el viento, por los animales y los seres humanos, se extenderá hasta hallarse presente en toda la superficie de su planeta.

—El polvo —dijo ella. Cuando había tocado la planta del maná lo había sentido en sus dedos.

Blackjack gruñó de un modo tan leve que más que oír el ruido lo sintió.

Haviland Tuf cruzó las manos sobre su estómago.

—El maná podría ser considerado como una especie de profiláctico orgánico —dijo. Sus biotécnicos descubrirán que interfiere de un modo muy potente sobre la libido en el macho de la especie humana, así como sobre la fertilidad de la hembra. Sus efectos son permanentes y no hace falta que se preocupe por el mecanismo concreto de funcionamiento.

Tolly Mune le miró fijamente, abrió la boca, la volvió a cerrar y pestañeó para contener el llanto. ¿Llanto de rabia, quizá desesperación? No lo sabía, pero no eran lágrimas de alegría. No iba a dejar que fueran lágrimas de alegría.

—Un genocidio lento —dijo, luchando consigo misma para obligarse a pronunciar las palabras. Notaba la garganta seca y su voz se había vuelto ronca y gutural.

—No, en lo más mínimo —dijo Tuf. Algunos s'uthlameses serán naturalmente inmunes a los efectos del polvo. Mis cálculos indican que entre un 0,7 y un 1,1 por ciento de su población básica no resultan afectados. Se reproducirán naturalmente y, de este modo, la inmunidad pasará a las generaciones futuras y en ellas irá creciendo hasta volverse más abundante. Sin embargo, durante este año empezará a darse una considerable implosión de sus efectivos humanos a medida que la curva de nacimientos deje de ascender y empiece a caer de golpe.

—No tiene ningún derecho a... —dijo Tolly Mune con lentitud.

—La naturaleza del problema s'uthlamés es tal que sólo admite una solución duradera y efectiva —dijo Tuf—, tal y como le he repetido una y otra vez desde que nos conocemos.

—Quizá —dijo ella—. Pero, ¿qué hay de la libertad, Tuf? ¿Dónde queda la opción del individuo? Puede que mi gente sea estúpida y egoísta, pero siguen siendo personas, igual que usted. Tienen el derecho a decidir si van a tener niños y cuántos quieren. ¿Quién diablos le ha dado la autoridad para arrogarse esa decisión en su nombre? ¿Quién diablos le dijo que se pusiera en marcha para esterilizar nuestro mundo? —a cada palabra que pronunciaba, su ira iba haciéndose más y más incontenible—. No es usted mejor que nosotros, Tuf, no es más que un ser humano. Estoy de acuerdo en que es un ser humano condenadamente fuera de lo normal, pero sigue siendo sólo un ser humano, ni más ni menos. ¿Qué le da el condenado derecho de jugar, con nuestro mundo y nuestras vidas como si fuera un dios?

—El Arca —se limitó a responder Haviland Tuf.

Blackjack se retorció en' sus brazos, repentinamente inquieto. Tolly Mune le dejó saltar al suelo, sin apartar ni un segundo los ojos del pálido e inmutable rostro de Tuf. De pronto, sentía el agudo deseo de golpearle, de hacerle daño, de herir esa máscara de complaciente indiferencia, de marcar su piel y su cuerpo.

—Se lo advertí, Tuf —le dijo—. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe de un modo irremisible, ¿lo recuerda?

—Gozo de una memoria perfectamente sana.

—Es una lástima que no pueda decir lo mismo en cuanto a su maldito sentido de la moral —le replicó con acidez Tolly Mune. Blackjack, a sus pies, emitió un gruñido como de contrapunto a sus palabras ¿Por qué diablos le ayudé a conservar esta maldita nave? ¡Qué condenada idiota he sido! Tuf, lleva demasiado tiempo viviendo sin compañía en el interior de un delirio de poder. Cree que alguien le ha nombrado dios, ¿no es cierto?

—Se nombra a los burócratas —dijo. Los dioses, si es que existen, son elegidos mediante otros procedimientos. No hago ninguna afirmación en cuanto a mi divinidad, en el sentido mitológico de la palabra, pero debo confesar que ciertamente tengo en mis manos el poder de un dios. Creo que usted misma se dio cuenta de ello hace mucho tiempo, cuando acudió a mí en busca de los panes y los peces —Tolly Mune abrió la boca para contestarle, pero él levantó la mano—. No, tenga la bondad de no interrumpirme. Intentaré ser breve. Usted y yo no somos tan distintos, Tolly Mune.

—¡No nos parecemos en nada, maldito sea! —le gritó ella.

—No somos tan distintos —repitió Tuf con voz firme y tranquila—. Una vez me confesó que no era muy religiosa y yo no soy hombre propenso a la adoración de mitos. Empecé mi vida como mercader pero, después de encontrar esta nave llamada el Arca, a cada paso que daba me he visto perseguido por dioses, profetas y demonios. Noé y su diluvio. Moisés y sus plagas, los panes y los peces, el maná, columnas de fuego y mujeres convertidas en sal. Debo admitir que he llegado a familiarizarme con todo eso. Me está desafiando para que me proclame como un dios, pero no es lo que pretendo. Y, sin embargo, debo decir que mi primer acto dentro de esta nave, hace ya muchos años, fue resucitar a los muertos —señaló con gesto majestuoso hacia una subestación que se encontraba a unos metros de distancia. Ése es el lugar donde realicé el primero de mis milagros, Tolly Mune, y aparte de ello, lo cierto es que poseo poderes semejantes a los de la divinidad y que está en mi mano la vida y la muerte de los planetas. Con lo mucho que me complacen esas habilidades casi divinas, ¿puedo, en justicia, negarme a cargar con la responsabilidad que las acompaña, con el impresionante peso de su autoridad moral? No lo creo así.

Ella deseaba contestarle, pero las palabras se negaban a brotar de sus labios. Está loco, pensó Tolly Mune.

—Más aún —dijo Tuf—, la naturaleza de la crisis que sufre S'uthlam era tal que la única solución admisible era la intervención divina. Supongamos por unos momentos que consintiera en venderles el Arca, tal y como deseaba. ¿Supone realmente que unos ecólogos y técnicos en biología, por expertos y entusiastas que fueran, habrían sido capaces de dar con una solución duradera? Creo que es usted demasiado inteligente para engañarse de tal modo. No tengo ni la menor duda de que, con todos los recursos de esta sembradora a su disposición, tales hombres y mujeres, genios con intelectos y una educación muy superiores a la mía, podrían y habrían indudablemente diseñado gran número de ingeniosos trucos con los cuales permitir a los s'uthlameses que siguieran reproduciéndose durante otro siglo, y puede que incluso durante dos, tres o cuatro centurias más. Pero, finalmente, también sus respuestas habrían acabado siendo insuficientes, al igual que lo fueron mis pequeños intentos de hace cinco años y los que precedieron a esos intentos hace diez. Tolly Mune, no existe ninguna respuesta racional, equitativa, científica, tecnológica o humana al dilema de una población que aumenta siguiendo una enloquecida progresión geométrica. Dicho dilema sólo puede ser resuelto con milagros como el de los panes y los peces o el maná caído del cielo. Por dos veces he fracasado como ingeniero ecológico y ahora me propongo triunfar como un dios necesario a S'uthlam. Si intentara solucionar el problema una tercera vez, como simple ser humano, estoy seguro de que fracasaría por tercera vez y entonces sus dificultades serían resueltas por dioses mucho más crueles que yo.

Los cuatro jinetes de mamíferos de la antigua leyenda, conocidos como peste, hambre, guerra y muerte. Por lo tanto, debo hacer a un lado mi humanidad y obrar como un dios —se quedó callado y la contempló, pestañeando.

—Hace ya mucho que se olvidó de su condenada humanidad —le replicó ella con voz rabiosa. Pero no es usted ningún dios, Tuf. Puede que sea un demonio y estoy segura de que es un maldito megalómano. Puede que sea un monstruo. Sí, es un condenado aborto. Un monstruo, pero no un dios.

—Un monstruo —dijo Tuf—, ciertamente —y pestañeó—. Había tenido la esperanza de que una persona dotada de su indudable capacidad intelectual y competencia fuera capaz de mostrarse más comprensiva —pestañeó de nuevo. Dos, tres veces. Su pálido rostro seguía tan inmutable como siempre, pero en la voz de Tuf había algo muy extraño que ella no había oído nunca anteriormente, algo que le dio miedo, que la asombró y la inquietó, algo que se parecía a la emoción. Tolly, me ofende usted muy dolorosamente —protestó él.

Blackjack emitió un maullido quejumbroso.

—Su gato parece capaz de aprehender con mayor agudeza las frías ecuaciones de la realidad a la que nos enfrentamos —dijo Tuf. Quizá debería explicarlo todo otra vez desde el principio.

—¡Monstruo! —dijo ella.

Tuf pestañeó.

—Mis esfuerzos son eternamente pasados por alto y sólo reciben calumnias inmerecidas.

—¡Monstruo! —repitió ella.

La mano derecha de Tuf se convirtió por unos segundos en un puño que él aflojó lentamente y con cierta dificultad.

—Al parecer algún tic cerebral ha reducido dramáticamente su vocabulario, Primera Consejera.

—No —dijo ella—, pero ésa es la única palabra que puedo aplicarle, ¡maldición!

—Ciertamente —dijo Tuf—. Y, en tal caso, el ser un monstruo hace que deba comportarme como tal. Vaya pensando en ello, si lo desea, mientras lucha por tomar una decisión, Primera Consejera.

Blackjack alzó la cabeza bruscamente y clavó sus ojos en Tuf, como si algo invisible estuviera revoloteando alrededor de su blanco rostro. Empezó a bufar y su espeso pelaje gris plateado, se fue poniendo de punta lentamente. El gato retrocedió. Tolly Mune se inclinó y le cogió en brazos, pero el gato temblaba y volvió a bufar mirando a Tuf.

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