Read Amor bajo el espino blanco Online

Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (2 page)

—¿Dónde está el espino?

—Allí —dijo Zhang, y señaló un árbol no muy distante.

Jingqiu vio un árbol que no tenía nada de extraordinario, de seis o siete metros de alto. El aire todavía era frío, por lo que no solamente no habían aparecido todavía las flores blancas, sino que en las ramas no había ni una hoja verde. Jingqiu se sintió decepcionada; la canción le había dibujado una imagen mucho más poética y seductora. Mientras escuchaba la canción de «El espino» se imaginaba una escena en la que dos jóvenes apuestos se encontraban debajo del árbol esperando a su amada. Una joven, ataviada a la manera de las mujeres rusas, caminaba hacia ellos en un crepúsculo teñido por el arco iris. ¿A cuál elegiría?

Jingqiu le preguntó al señor Zhang:

—¿Ese árbol tiene flores blancas?

Esa cuestión pareció despertar algo en el interior del viejo Zhang.

—¡Ah, ese árbol! Originariamente las flores eran blancas, pero durante la guerra contra Japón innumerables jóvenes valientes fueron ejecutados debajo de él, y su sangre regó la tierra en sus raíces. Desde aquella época las flores de este árbol comenzaron a cambiar, y ahora son todas rojas.

El grupo permaneció sentado y en silencio hasta que el señor Lee —uno de los maestros de la ciudad— les dijo a los estudiantes:

—¿No lo anotáis?

Comprendiendo con un sobresalto que su trabajo había comenzado, los cuatro sacaron sus cuadernos apresuradamente. Escuchar el sonido de cuatro o cinco plumas escribiendo parecía ser algo cotidiano para el señor Zhang, que continuó hablando. Una vez les hubo contado la historia del árbol que había sido testigo de los hechos gloriosos de la gente de Aldea Occidental, llegó el momento de reemprender la marcha.

Al cabo de un rato, Jingqiu volvió la vista hacia el espino, ahora ya borroso, y creyó ver a una persona de pie bajo sus ramas. No era ningún soldado del relato del señor Zhang, atado por los demonios japoneses, sino un apuesto joven… Se reprendió a sí misma por sus mezquinos pensamientos capitalistas. Quería concentrarse en aprender de los pobres campesinos y trabajar duro en ese libro de texto. La historia del espino definitivamente quedaría incluida en él, pero ¿bajo qué título? ¿Qué tal «El espino manchado de sangre»? Tal vez demasiado sanguinario. «El espino de las flores rojas» quizá fuera mejor. O simplemente, «El espino rojo».

La mochila y la bolsa de red de Jingqiu se hicieron más pesadas tras el descanso, no más ligeras. Se dijo que quizá era como un contraste de sabores: un poco de dulce antes de un bocado amargo hace que este sea mucho más amargo. Pero ninguno se atrevía a quejarse. Tener miedo del esfuerzo y agotamiento era para los capitalistas, y Jingqiu temía que la calificaran de capitalista. Su clase social estaba mal considerada, así que no debía ir por ahí explotando a los campesinos, obligándolos a llevar sus bolsas, pues esto significaría elevarse aún más por encima de las masas. El partido tenía una política: «No puedes elegir tu origen social, pero puedes elegir tu propio camino». Sabía que la gente como ella tenía que andarse con más cuidado que los que tenían un origen social bueno.

Pero el esfuerzo y el agotamiento no desaparecían solo porque no hablaras de ellos. Jingqiu deseaba que cada uno de sus nervios doloridos se marchitara y muriera, así no sentiría el peso a la espalda ni el dolor en las manos. Intentó lo que siempre hacía para rechazar el dolor: dar rienda suelta a sus pensamientos. Al cabo de un rato casi sentía que su cuerpo estaba en otra parte, como si su alma hubiera volado y llevara una vida completamente distinta.

No sabía por qué seguía pensando en el espino. Las imágenes del relato del señor Zhang y los soldados atados se alternaban con las de los apuestos jóvenes rusos vestidos con camisa blanca de la canción. En su imaginación se convertía en una heroína antijaponesa, castigada por sus enemigos, y luego era la joven muchacha rusa, atormentada por la indecisión. Jingqiu no sabía decir honestamente si era más comunista o revisionista.

Al cabo de un tiempo llegaron al final del camino de la montaña, y el señor Zhang se detuvo y señaló la ladera:

—Eso es Aldea Occidental.

Los estudiantes corrieron al borde del acantilado para admirar Aldea Occidental, que se extendía delante de ellos. Vieron un riachuelo verde jade que serpenteaba desde el pie de la montaña y rodeaba la aldea. Bañada por la primera luz de la primavera y rodeada por resplandecientes montañas y un agua cristalina, Aldea Occidental era hermosa, más bonita que las demás aldeas en las que Jingqiu había trabajado antes. Aquella vista panorámica mostraba campos que se extendían como una colcha a través de la ladera de la montaña, en retazos de verde y ocre en los que se esparcían pequeñas casas. Unos cuantos edificios se concentraban en el medio, siguiendo una presa, y el señor Zhang dijo que era la base del ejército. Según el sistema, en el condado de Yichang cada aldea poseía un nutrido destacamento del ejército, y el jefe de la aldea era en realidad el secretario del partido de la unidad del ejército, de manera que los aldeanos lo llamaban «jefe de la aldea Zhang».

El grupo bajó la montaña y llegó en primer lugar a la casa del señor Zhang, que se ubicaba al borde del río. Su mujer estaba en casa, les dio la bienvenida y les dijo que la llamaran Tía. Dijo que el resto de la familia se hallaba en el campo o en la escuela.

Una vez todos hubieron descansado, el señor Zhang comenzó a repartirlos en distintas casas. Dos maestros, el señor Lee y el señor Chen, y el alumno Buena Salud Lee vivirían juntos con una familia. El otro, el señor Luo, no pasaría con ellos mucho tiempo, pues solo les orientaría sobre lo que tenían que escribir —al cabo de un día o dos tendría que regresar a la escuela—, de manera que le harían sitio en cualquier parte. Una familia había aceptado ceder una de sus habitaciones a las chicas, pero solo tenían espacio para dos.

—La que no quepa allí puede vivir conmigo —dijo el señor Zhang, dispuesto a dar ejemplo—. Me temo que no dispongo de habitaciones libres, con lo que la chica tendrá que compartir cama con mi hija pequeña.

Las tres chicas se miraron la una a la otra, consternadas. Jingqiu respiró hondo y se ofreció voluntaria.

—¿Por qué no vivís las dos juntas? Yo me quedaré en casa del señor Zhang.

No había actividades planeadas para el resto del día, de modo que tuvieran tiempo para instalarse y descansar. El trabajo comenzaría oficialmente al día siguiente. Aparte de entrevistar a los aldeanos y compilar los relatos en el texto, sabían que tenían que trabajar en el campo con los granjeros más pobres y experimentar lo que era la vida campesina.

El señor Zhang condujo a los demás a sus nuevos hogares, dejando a Jingqiu con la tía Zhang. La tía acompañó a Jingqiu a la habitación de su hija para que pudiera deshacer el equipaje. La habitación era como los demás dormitorios rurales en los que había estado, oscura, con una pequeña ventana en una pared. No tenía cristal, tan solo celofán pegado al marco.

Tía Zhang encendió la luz, que iluminó débilmente la habitación, de unos quince metros cuadrados, limpia y ordenada. La cama era más grande que una sencilla pero más pequeña que una doble. Las dos estarían apretadas, pero cómodas. Las sábanas estaban recién lavadas y almidonadas, y su tacto era más de cartón que de tela; estaban alisadas y remetidas en los bordes, y encima había una colcha doblada en un triángulo, mostrando el forro blanco en dos esquinas. Jingqiu se preguntó cómo estaba doblada y pensó que le sería imposible abrirla. Un poco aturullada, se dijo que utilizaría su propia manta para no tener que hacer el esfuerzo de volver a doblar la colcha a la mañana siguiente. Los estudiantes enviados al campo para vivir con campesinos de clase media y baja sabían que tenían que seguir el ejemplo del protocolo utilizado por el 8.º Ejército de Ruta durante la guerra civil: utilizar solo lo que usaban los campesinos y devolverlo todo intacto.

Sobre la mesa que había junto a la ventana se veía un gran espejo cuadrado que servía para colocar fotos, algo que Jingqiu sabía que se consideraba decadente. Las fotos estaban sobre una tela verde oscuro. Curiosa, Jingqiu recorrió la habitación para echar un vistazo. La tía le señaló las fotos de una en una y le explicó quiénes eran todos. Sen, el hijo mayor, era un joven altísimo que no se parecía en nada a sus padres. A lo mejor era la excepción, se dijo. Trabajaba en la oficina de correos de Río Yanjia y solo iba a casa una vez por semana. Su esposa se llamaba Yumin y daba clases en la escuela primaria de la aldea. Poseía unos rasgos delicados y refinados, y era alta y delgada: una buena pareja para Sen.

Fen era la hija mayor. Era guapa, y la tía le dijo a Jingqiu que después de graduarse en la escuela secundaria Fen se fue a trabajar a la aldea. La hija segunda se llamaba Fang. No se parecía en nada a su hermana, tenía la boca prominente y los ojos más pequeños. Fang estudiaba en la Escuela Secundaria de Río Yanjia y solo volvía a casa dos veces por semana.

Mientras hablaban del hijo segundo del señor Zhang, Lin, este apareció por la puerta. Había ido a recoger algo de agua para comenzar a preparar la comida para los invitados de la ciudad. Jingqiu dijo que no se parecía a Sen, su hermano mayor, sino al señor Zhang. Estaba sorprendida. ¿Cómo era posible que dos hermanos y dos hermanas fueran tan distintos? Era como si al hacer al hijo y la hija primogénitos, los padres hubieran utilizado los mejores ingredientes, y para cuando llegaron a los otros dos se hubieran servido de lo primero que hubieran tenido a mano.

Jingqiu, sintiéndose incómoda, dijo:

—Te ayudaré a traer agua.

—¿Vas a poder? —dijo Lin sin inmutarse.

—Claro que podré. Voy a menudo al campo a trabajar la tierra.

—¿Quieres ayudarlo? —dijo tía Zhang—. Cortaré algunas verduras y puedes lavarlas en el río. —Recogió una cesta de bambú y salió de la habitación.

Cuando Lin se quedó a solas con Jingqiu, se dio la vuelta y se dirigió rápidamente a la parte de atrás de la casa para traer los cubos de agua. La tía regresó con dos manojos de verduras y se los entregó a Jingqiu.

De vuelta con los cubos de agua, la mirada gacha para evitar sus ojos, Lin dijo:

—Vámonos.

Jingqiu recogió el cesto y lo siguió, recorriendo el estrecho sendero que llevaba al río. A mitad de camino se toparon con unos jóvenes del pueblo que se metieron con Lin.

—Tu papi te ha buscado novia. Hay que ver.

—Oooooh, y es de la ciudad.

—¡Qué bien te van las cosas!

Lin dejó los cubos en el suelo y persiguió a los chavales.

—¡No los escuches! —le gritó Jingqiu.

Lin regresó, cogió los cubos y bajó a toda prisa por el camino. Jingqiu se sentía confusa. ¿A qué se referían aquellos chavales? ¿Por qué habían hecho una broma así?

En el río, Lin decidió que el agua estaba demasiado fría para Jingqiu, dijo que se le congelarían las manos. Jingqiu fue incapaz de convencerlo de lo contrario y se quedó allí observando desde la orilla. Cuando Lin hubo acabado de limpiar las verduras, llenó los dos cubos.

Jingqiu insistió en que ella lo llevaría.

—No me has dejado lavar las verduras, al menos déjame acarrear el agua.

Pero Lin no se lo permitió, recogió los cubos y se fue escopeteado hacia casa. Y no mucho después de haber vuelto, Lin se marchó rápidamente.

Jingqiu intentó ayudar a cocinar a la tía, pero tampoco se lo permitieron. El sobrino pequeño de Lin, Huan Huan, que había estado durmiendo en la casa de al lado, se había despertado, y la tía le dijo:

—Lleva a tu tía Jingqiu a buscar a tu tío Mayor Tercero para cenar.

Jingqiu no sabía que había otro hijo en la familia. Le preguntó a Huan Huan:

—¿Sabes dónde está tu tío Mayor Tercero?

—Sí, está en el campamento geobiológico.

—¿El campamento geobiológico?

—Se refiere al campamento de la unidad geológica —le explicó la tía sonriendo—. El chico no se explica con mucha claridad.

Huan Huan le cogió la mano a Jingqiu.

—Vamos, vamos, Mayor Tercero tiene caramelos…

Jingqiu siguió a Huan Huan y se encontró con que al cabo de un rato este se negaba a caminar. Abrió los brazos y dijo:

—Me duelen los pies. No puedo moverme.

Jingqiu se echó a reír y lo levantó. Quizá parecía pequeño, pero pesaba. Jingqiu se había pasado gran parte del día caminando y acarreando bolsas, pero como Huan Huan no caminaba, no tuvo más elección que llevarlo en brazos un rato, dejarlo en el suelo para descansar, volver a cogerlo y seguir llevándolo, mientras él preguntaba una y otra vez:

—¿Falta mucho? ¿Has olvidado el camino?

Habían recorrido un largo trecho y Jingqiu estaba a punto de tomarse otro descanso cuando a lo lejos oyó el sonido de un acordeón. ¡Su instrumento! Se detuvo a escuchar.

Sin duda era un acordeón que interpretaba «La canción del soldado de caballería», una melodía que Jingqiu había interpretado antes, aunque solo supiera tocar la parte de la mano derecha. Sin embargo, aquel músico tocaba las dos partes muy bien. Cuando llegaba a los fragmentos más entusiastas, sonaba como si hubiera diez mil caballos al galope, aullara el viento y se agitaran las nubes. La música procedía de una construcción que parecía el cobertizo de un trabajador. Contrariamente al resto de las casas de la aldea, que eran todas independientes, este edificio estaba formado por una larga franja de chozas unidas. Tenía que ser el campamento.

De manera heroica, en aquel momento Huan Huan recobró nuevas fuerzas. Ya no le dolían las piernas, y quiso desembarazarse de Jingqiu y echar a correr.

Sujetándole la mano con fuerza, Jingqiu se vería arrastrada hasta donde la música se oía con toda claridad. Y ahora le llegaba una nueva canción: «El espino», y además con un coro de voces masculinas. ¡No esperaba que en aquel confín del mundo la gente conociera «El espino»! Los hombres la cantaban con tanta naturalidad que se preguntó si los aldeanos ignoraban que era una canción soviética. La cantaban en chino, y ella podía darse cuenta de que a veces se distraían, como si también se ocuparan de alguna labor manual. Pero esa distracción intermitente, el pararse y volver a empezar, el suave canturreo era lo que hacía que la canción resultara especialmente hermosa.

Jingqiu estaba magnetizada; le parecía haber sido transportada a un cuento de hadas. El crepúsculo los envolvía, de la cocina brotaba una columna de humo que subía hasta el cielo, y los olores de los guisos flotaban en el aire. Sus oídos captaban tan solo los sonidos del acordeón y el suave murmullo de las voces de los hombres. Aquella desconocida aldea de montaña de repente le era familiar; había que paladear su sabor, se dijo, mientras se esforzaba por expresarlo en palabras. Sus sentidos estaban empapados de lo que solo se podía describir como vulgar ambiente capitalista.

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