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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (2 page)

Skade asintió.

Eso sería lo mejor, ¿no es cierto? Entonces sabríamos que sigue ahí fuera, en alguna parte.

[Sí. Pero entonces tendríamos que aclarar el pequeño misterio de lo ocurrido con la tercera nave].

En los noventa y cinco años transcurridos desde la aparición de la plaga de fusión, los combinados habían aprendido mucho acerca del control del contagio. Al ser una de las últimas facciones humanas que conservaban una parte importante de la tecnología de la época anterior a la plaga, se tomaban la cuarentena con mucha seriedad. En tiempos de paz, la opción más fácil y segura hubiese sido examinar la nave /n situ, mientras vagaba por el espacio en los límites del sistema. Pero el riesgo de que los demarquistas notaran la actividad era excesivo, así que se hacía necesario conducir las investigaciones bajo la tapadera del camuflaje. El Nido Madre ya estaba equipado para recibir naves contaminadas, así que constituía el destino perfecto.

Pero, aun así, tenían que adoptar precauciones, y eso conllevaba cierto número de operaciones en espacio abierto. En la primera fase, los servidores extrajeron los motores abriendo con láseres las vigas que los unían a cada lado del afilado casco cónico de la abrazadora lumínica. Un fallo de los motores podría destruir el Nido Madre y, aunque una cosa así era casi impensable, Skade estaba decidida a no asumir riesgos mientras siguiera sin estar claro lo que le había sucedido a la nave. Mientras tanto, ordenó que los cohetes tractores arrastraran trozos de negro hielo cometario insublimado hasta la deslizadora, que después los servidores amontonaron en el casco hasta formar una masilla de un metro de espesor. Los servidores completaron con rapidez su tarea, sin llegar siquiera a entrar en contacto directo con el casco. La nave ya era oscura, pero tras el proceso se ennegreció sobremanera.

Guando todo hubo terminado, Skade disparó garfios contra el hielo y ancló cohetes tractores alrededor del casco. Como el hielo tendría que soportar toda la tensión estructural del arrastre de la nave, Skade hubo de enganchar mil tractores para evitar que se fracturara una parte de la masilla, y así, al encenderse todos, crearon un espectáculo realmente hermoso: un millar de agujas de fría llama azul que brotaban del negro centro con forma espiral de la deslizadora. La aceleración se mantuvo a un ritmo lento, y los cálculos eran tan precisos que solo necesitó una pequeña ráfaga correctiva antes de la aproximación final al Nido Madre. Las llamaradas estaban coordinadas para coincidir con los puntos ciegos de la cobertura de los sensores demarquistas, fallas de las que estos creían que los combinados nada sabían.

Ya dentro del Nido Madre, el casco fue arrastrado hasta un muelle de acoplamiento de cinco kilómetros de anchura rodeado por una capa cerámica. La dársena se había diseñado específicamente para contener naves con la plaga y era (aunque por poco margen) lo bastante grande como para acomodar una abrazadora lumínica a la que se le hubieran extraído los motores. Los muros de cerámica tenían treinta metros de grosor y cada pieza de maquinaria del interior del muelle estaba protegida contra las variedades conocidas de la enfermedad. Una vez la nave estuvo dentro, se selló la cámara junto al equipo de examen escogido personalmente por Skade. Como el muelle solo tenía unas mínimas conexiones de datos con el resto del Nido Madre, el equipo tenía que ir muy bien preparado para enfrentarse a lo que suponía aislarse del resto del millón de combinados del nido. Ese requisito obligó a elegir operarios que no siempre eran los más estables, pero Skade no podía quejarse. Ella era la más rara de todos, una combinada que podía actuar completamente sola y adentrarse más allá de las líneas enemigas.

Cuando la nave quedó afianzada, se presurizó la cámara con argón a dos atmósferas. Mediante una delicada ablación se extrajo todo el hielo de la nave, salvo una delgada capa que se fundió sola durante un período de seis días. Un tropel de sensores rondaban como gaviotas alrededor de la nave, olisqueando el argón en busca de cualquier traza de materia de origen externo. Pero aparte de astillas de elementos del casco, no se encontró nada inusual.

Skade se tomó su tiempo y adoptó todas las precauciones posibles. No tocó la nave hasta que fue absolutamente necesario. Un gravitómetro visual con forma de aro zumbó a lo largo de la nave para sondear su estructura interna, insinuando unos confusos detalles del interior. Casi todo lo que Skade vio coincidía con lo que esperaba por los planos, pero había algunas cosas raras que no deberían estar ahí: alargadas masas negras que se retorcían como un sacacorchos y que se bifurcaban por el interior de la nave. Le recordaron a los rastros de las balas de las imágenes forenses, o a los patrones de las partículas subatómicas al atravesar las cámaras de niebla. Allí donde las masas negras alcanzaban el casco exterior, Skade siempre encontraba una de esas estructuras cúbicas medio enterradas.

Pero todavía quedaba espacio suficiente en la nave para que hubiera sobrevivido algún ser humano, aunque todas las indicaciones apuntaban a que ninguno lo había logrado. El radar de neutrinos y los escáneres de rayos gamma aclararon más la estructura, pero ni siquiera así logró discernir Skade los detalles cruciales. Reluctante, pasó a la siguiente fase de su investigación, el contacto físico. Colocó decenas de martillos neumáticos a lo largo del casco, junto a cientos de micrófonos adheridos. Los martillos comenzaron a golpetear contra el casco. Skade oyó el barullo en su traje espacial, transmitido por el argón; sonaba como un ejército de herreros que trabajaran a destajo en una fundición distante. Los micrófonos estaban atentos a los ecos metálicos de las ondas acústicas que se propagaban por la nave. Una de las más antiguas subrutinas neuronales de Skade desenredó la información contenida en los tiempos de llegada de los ecos y construyó un perfil tomográfico de la densidad de la nave.

Skade lo vio todo teñido de un fantasmagórico color verde grisáceo. No contradecía nada de lo que ya había descubierto y ampliaba su conocimiento en varias áreas, pero no podría distinguir más sin meterse dentro, y eso no iba a ser fácil. Todas las cámaras estancas habían sido selladas desde el interior con tapones de metal fundido. Tuvo que cortarlos, con lentitud y nerviosismo, mediante láseres y taladros de punta de hiperdiamante, consciente del miedo y la desesperación que había experimentado la tripulación. Cuando logró abrir la primera escotilla, envió un destacamento de exploración compuesto por endurecidos servidores, cangrejos con concha de cerámica equipados con la inteligencia justa para hacer su trabajo, y que enviaron imágenes de vuelta hasta el cráneo de Skade.

Lo que encontraron la horrorizó.

La tripulación había sido masacrada. Algunos estaban destripados, aplastados, descuartizados, machacados, cortados a rodajas o fragmentados. Otros aparecían carbonizados, asfixiados o congelados. Era evidente que la carnicería no había sido rápida. Al tiempo que asimilaba los detalles, comenzó a dibujarse una idea de lo que podía haber ocurrido: una serie de escaramuzas repentinas, con puntos de resistencia establecidos en diversas partes de la nave, donde la tripulación había podido preparar barricadas improvisadas contra los invasores. La propia nave había hecho todo lo que estaba en su mano para proteger a los seres humanos de su interior, redistribuyendo las particiones interiores para mantener a raya al enemigo. Había tratado de inundar ciertas secciones con refrigerante o con una atmósfera de alta presión, y en esas secciones Skade halló los cadáveres de unas máquinas extrañas y desgarbadas, conglomerados de miles de formas geométricas de color negro.

A Skade no le costó formular una hipótesis. Los cubos se habían adherido a la parte exterior de la nave de Galiana. Se habían multiplicado y crecido, absorbiendo y reprocesando el tegumento de la nave. A ese respecto sí que se parecía un poco a la plaga. Pero la plaga era microscópica, uno nunca discernía a simple vista los elementos individuales de la espora. Aquello era más brutal y mecánico, casi fascista en su modo de replicación. La plaga, por lo menos, imbuía parte de sus antiguas características en la materia transformada y creaba quiméricos fantasmas biomecánicos.

A/o, se dijo Skade. Estaba segura de que no se enfrentaba a la plaga de fusión, por muy tranquilizador que eso pudiera resultar ya.

Los cubos se habían introducido en la nave como gusanos y después habían formado unidades atacantes, conglomerados de combate. Esos soldados eran los que habían cometido la matanza, avanzando lentamente a partir de cada punto de infección. A juzgar por los restos, eran criaturas desiguales y asimétricas, más parecidas a densos enjambres de avispas que a entidades individuales. Debían de poder retorcerse a través de las aberturas más pequeñas y volver a formarse al otro lado. Aun así, la batalla había sido larga. Según las estimaciones de Skade, podían haber transcurrido varios días hasta la caída final de la nave. Incluso semanas.

Tembló al pensarlo.

Un día después de entrar por primera vez en la nave, sus servidores encontraron algunos cuerpos humanos casi intactos, salvo porque las cabezas habían sido engullidas por yelmos negros formados por los cubos que los rodeaban. La maquinaria alienígena parecía inerte. Los servidores extrajeron trozos de los cascos y descubrieron que los dientes que brotaban de la maquinaria alcanzaban los cráneos de los cadáveres a través de las cuencas oculares, los oídos o la cavidad nasal. Estudios adicionales demostraron que esos dientes se habían ramificado numerosas veces hasta alcanzar una escala microscópica. Se extendían profundamente por el cerebro de los muertos, estableciendo contacto con sus implantes nativos combinados.

Pero las máquinas y sus huéspedes estaban ahora completamente muertos.

Skade trató de deducir lo que había sucedido, aunque los registros de la nave resultaban caóticos. Era obvio que Galiana se había encontrado con algo hostil, pero, ¿por qué los cubos no se habían limitado a destruir la nave de una pasada? La infiltración había sido lenta y dolorosa, y solo tenía sentido si pretendían mantener la nave intacta durante tanto tiempo como les fuera posible.

Tenía que haber otra nave, eran dos las que habían proseguido el viaje. ¿Qué había sido de ella?

[¿Ideas, Skade?].

Sí, pero ninguna que me guste.

[Crees que los cubos querían aprender tanto como pudieran, ¿verdad?].

No se me ocurre otro motivo. Pusieron escuchas en sus mentes para leer su maquinaria neuronal. Estaban recopilando información.

[Sí, estamos de acuerdo. Los cubos deben de haber aprendido mucho sobre nosotros. Hemos de considerarlos una amenaza, aunque no sepamos aún dónde estaba Galiana cuando los encontró. Pero todavía hay un atisbo de esperanza, ¿no crees?].

Skade no lograba ver qué atisbo podía ser ese. La humanidad llevaba siglos buscando una inteligencia alienígena digna de tal nombre, pero todo lo que habían encontrado hasta el momento eran pistas alentadoras: los malabaristas de formas, los amortajados, los restos arqueológicos de otras ocho o nueve culturas muertas. Nunca habían hallado otra inteligencia que aún perviviera y que usara máquinas, nada contra lo que pudieran medirse.

Hasta ahora.

Y esa nueva inteligencia que usaba máquinas se dedicaba, o eso parecía, a acechar, infiltrarse, aniquilar y después invadir los cráneos.

En opinión de Skade, no era lo mejor que se podía esperar de un primer encuentro.

¿Esperanza? ¿Hablas en serio?

[Claro, Skade, porque no sabemos si los cubos lograron transmitir ese nuevo conocimiento de regreso a lo que fuera que los envió. Al fin y al cabo, la nave de Galiana ha logrado regresar a casa. Galiana debió de dirigirla hacia aquí, y no hubiera hecho eso si creyera que había algún riesgo de conducir al enemigo hasta nosotros. Clavain estaría orgulloso, creo yo. Galiana aún seguía pensando en nosotros, en el Nido Madre].

Pero corrió el riesgo...

La voz del Consejo Nocturno la interrumpió bruscamente. [La nave es una advertencia, Skade. Eso es lo que pretendía Galiana y así debemos interpretarlo]. ¿Una advertencia?

[De que debemos prepararnos. Aún siguen ahí fuera, y antes o después volveremos a encontrarlos].

Casi sonáis como si desearais que llegaran. Pero el Consejo Nocturno no respondió.

Transcurrió otra semana antes de que encontraran a Galiana, ya que la nave era grande y se habían producido muchos cambios en su interior que impedían registrarla con rapidez. Skade había entrado junto a otros equipos de barrido. Vestían pesadas armaduras cerámicas sobre sus trajes de vacío, placas engrasadas como un caparazón que hacían que los movimientos resultaran incómodos a no ser que uno actuara con gran cuidado y previsión. Tras varios minutos tanteando a ciegas y tras acabar atrapada en posturas de las que solo pudo salir retrocediendo laboriosamente, Skade programó un apresurado parche de movimiento corporal y asignó para su ejecución un puñado de circuitos neuronales ociosos. A partir de entonces las cosas resultaron más fáciles, aunque tenía la desagradable sensación de que quien la controlaba era una nebulosa contrapartida de sí misma. Skade anotó en su cabeza que debía revisar más adelante el código, para que las rutinas de movimiento parecieran totalmente voluntarias sin importar lo ilusorio que pudiera ser eso.

A esas alturas, los servidores ya habían hecho cuanto podían. Habían asegurado amplios sectores de la nave y habían rociado los restos de las máquinas alienígenas con resina epoxídica de fibra de diamante. También habían tomado muestras de ADN de casi todos los cadáveres de las zonas exploradas. Cada espécimen individual de material genético había sido identificado con ayuda de los manifiestos de tripulación que se conservaban en el Nido Madre desde la partida de la flota exploradora, pero en la lista aparecían muchos nombres de los que todavía no habían encontrado ninguna muestra de ADN.

Y era inevitable que algunos nombres nunca aparecieran. Cuando la primera nave, la que llevaba a Clavain, regresó a casa, el Nido Madre supo que se había tomado la decisión en el espacio profundo, a decenas de años luz de distancia, de dividir la expedición. Una parte quería regresar, tras haber oído rumores de la guerra contra los demarquistas. También consideraban que ya era hora de entregar k>s datos que habían acumulado, demasiados como para transmitirlos a casa.

La separación no fue amarga. Hubo tristeza y pena, pero no una verdadera sensación de ruptura. Tras el habitual período de debate, típico en cualquier proceso de toma de decisiones entre los combinados, la división llegó a considerarse el curso de acción más lógico. Así se permitía que la expedición siguiera adelante, al tiempo que se garantizaba que lo ya aprendido regresara. Pero aunque Skade sabía con exactitud quiénes habían decidido quedarse en el espacio profundo, no tenía modo de saber lo que había sucedido a continuación. Solo cabía adivinar qué intercambios habían tenido lugar entre las dos naves restantes. El hecho de que aquella fuera la nave de Galiana no significaba que esta tuviera que estar en ella, así que Skade se preparó para el inevitable disgusto que supondría algo así.

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