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Authors: Dalton Trumbo

Johnny cogió su fusil (5 page)

Ella volvió con un florero de geranios rojos y lo puso sobre una mesita frente a la ventana.

Abrió la ventana y volvió despacio el rostro hacia él. Estaba apoyada sobre la mesa y al mismo tiempo parecía colgando de ella.

—Si realmente quieres verme.

—Pero si tú no quieres yo no quiero.

Ella se dirigió al armario, se puso de espaldas y se quitó la bata. Luego se dio la vuelta mirando insistentemente sus pies. Fue hacia la cama y se deslizó entre las mantas.

El apagó la luz se quitó la ropa y se metió en la cama a su lado. La rodeó con el brazo descuidadamente como si todo fuera una casualidad. Ella estaba muy quieta. El movió la pierna. De entre las sábanas surgió una bocanada de aire y él pudo percibir su olor. Piel limpia limpia y olor a jabón y a sábanas. Acercó su pierna a la de ella. Ella se giró hacia él le rodeó el cuello con los brazos y le apretó con fuerza.

—Oh Joe Joe no quiero que te vayas.

—¿Tú crees que me quiero ir?

—Tengo miedo.

—¿De mí?

—Oh no.

—Gatita mía.

—Es bello estar así ¿verdad?

—Sí.

—¿Alguna vez has estado así con alguien?

—Con nadie a quien amara.

—Me alegro.

—Es la verdad. ¿Y tú?

—No deberías preguntarlo.

—¿Por qué?

—Porque soy una dama.

—Tú eres una gatita.

—Nunca he estado así con nadie.

—Ya lo sé.

—Pero no tenías por qué saberlo en realidad oh Joe quisiera que te escaparas que no te fueras.

—A ver. Pon tu cabeza sobre mi brazo izquierdo. Como un almohadón.

—Bésame.

—Dulce gatita.

—Querido. Oh querido. Oh mi querido querido querido mío.

No durmieron gran cosa. De vez en cuando dormitaban se despertaban y descubrían que estaban separados entonces volvían a acercarse y se apretaban muy fuerte como si se hubieran perdido para siempre y acabaran de encontrarse de nuevo. Mike se pasó la noche desplazándose inquietamente por la casa tosiendo y murmurando.

Cuando llegó la mañana apareció junto a la cama con dos desayunos en una bandeja.

—Aquí tenéis muchachos. Comed.

Allí estaba de pie el tosco viejo Mike bondadoso ceniciento y duro con los ojos dolorosos y enrojecidos. Mike había estado preso demasiadas veces como para no ser bueno. El viejo Mike que odiaba a todo el mundo. Odiaba a Wilson y odiaba a Hughes odiaba a Roosevelt y odiaba a los socialistas porque no hacían más que hablar y tenían horchata en lugar de sangre en las venas. Hasta odiaba un poco a Debs aunque no mucho. Veintiocho años en las minas de carbón le habían convertido en un hombre que sabía odiar. «Y ahora soy un maldito peón de ferrocarril ¿qué os parece esta sucia forma de ganarse la vida?» Mike con su espalda encorvada por el trabajo de las minas les traía el desayuno.

—Aquí tenéis muchachos. Daros prisa y comed. No tenéis mucho tiempo.

Comieron. Mike se fue refunfuñando y no volvió a entrar en la habitación. Cuando terminaron el desayuno se quedaron un rato recostados mirando el cielo raso y digiriendo la comida.

—Roncabas.

—No. Además no tendrías que decirlo. Has sido tú de todos modos.

—Era un bello ronquido. Me ha gustado.

—Eres terrible. Levántate tú primero.

—No. Hazlo tú primero.

—Oh Joe bésame. No te vayas.

—Daros prisa muchachos endemoniados.

—Levántate.

—Tú.

—Cuento hasta tres uno dos tres.

Saltaron de la cama. Hacía frío. Tiritaban y se reían el uno del otro y nunca terminaban de vestirse porque a cada momento se detenían para besarse.

—Daros prisa muchachos del diablo. Vais a perder el tren y entonces a Joe lo fusilarán los norteamericanos no los alemanes. Sería vergonzoso.

Esa mañana partían cuatro trenes cargados de reclutas y había un terrible gentío en la estación. Todos los alrededores de la estación los automóviles y hasta las locomotoras estaban embanderados y la mayor parte de las mujeres y niños llevaban pequeñas banderas que agitaban lánguida y ociosamente. Había tres bandas que parecían tocar al mismo tiempo y muchos oficiales conduciendo a la gente de un lado a otro y el alcalde que pronunciaba un discurso y la gente que lloraba y se extraviaba y se reía y se emborrachaba.

Su madre y sus hermanas estaban allí y Kareen estaba allí y Mike estaba allí murmurando malditos imbéciles y mirando con ojos furiosos a todo el mundo y observando a Kareen con preocupación.

«Y sus vidas si es necesario para que la democracia no sea borrada de la faz de la tierra»
[4]
.

—No tengas miedo Kareen todo va bien.

«Como dijo ese gran patriota Patrick Henry»

Johnny coge tu fusil coge tu fusil coge tu fusil.

«Como dijo ese gran patriota George Washington»

—Adiós madre adiós Catherine adiós Elizabeth. Enviaré la mitad de mi sueldo y con el seguro de papá será suficiente hasta que vuelva.

Y no volveremos hasta que allá todo haya terminado

«Marcha con vivacidad muchacho que ahora estás en el Ejército.»

Guarda tus preocupaciones en tu vieja mochila y suerte sonríe sonríe

«Como dijo ese gran patriota Abraham Lincoln»

—¿Dónde está mi hijo dónde está mi hijo? ¿No se da cuenta de que es menor de edad? Hace una semana que llegó de Tucson. Le tenían preso por vagancia y he venido hasta aquí para recuperarle. Le permitieron salir de la cárcel si se incorporaba al ejército. No tiene más que dieciséis años pero es grande y fuerte para su edad siempre lo ha sido. Es demasiado joven le digo casi un niño. ¿Dónde está mi pequeño?

Adiós mamá adiós papá adiós mula con tu viejo rebuzno

«Como dijo ese gran patriota Theodore Roosevelt»

América te amo tú eres como una novia para mi

—No te vayas Joe. Huye. Te matarán lo sé. No te volveré a ver.

Oh Kareen ¿por qué tenían que hacer la guerra justamente ahora que nos hemos encontrado? Kareen tenemos cosas más importantes que la guerra. Nosotros Kareen. Tú y yo en una casa. Por la noche volveré a tu lado en mi casa tu casa nuestra casa Tendremos niños gordos felices y también listos. Eso es más importante que la guerra. Oh Kareen Kareen te miro sólo tienes diecinueve años y ya eres vieja como una anciana. Te miro Kareen y lloro por dentro y sangro.

Nada más que la oración de un bebé en el crepúsculo cuando las luces se van apagando.

«Como dijo ese gran patriota Woodrow Wilson»

Brilla un manto de plata a través de la
oscura
nube

«Todos al tren. Todos al tren.»

Allí allí allí allí allí

—Adiós hijo. Escribe. Nos arreglaremos.

—Adiós mamá adiós Catherine adiós Elizabeth. No lloréis.

«Porque vosotros sois la gloria de Los Ángeles. Que Dios os bendiga. Que Dios nos otorgue el triunfo.»

«Todos al tren. Todos al tren.»

Vienen los yankis vienen los yankis

«Oremos. Padre nuestro que estás en el cielo»

—No puedo rezar. Kareen no puedo rezar. Kareen no es tiempo de rezar.

«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»

Kareen Kareen no quiero irme. Quiero quedarme aquí y estar contigo y trabajar hacer dinero tener hijos y amarte. Pero tengo que ir.

«Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre amén»

—Adiós Mike adiós Kareen te quiero Kareen.

Oh decid si podéis ver

—Adiós mamá adiós Catherine adiós Elizabeth.

Aquello que con tanto orgullo saludábamos

—Tú entre mis brazos para siempre Kareen.

Cuyas anchas franjas y estrellas luminosas

Adiós todos adiós. Adiós hijo padre hermano amante esposo adiós. Adiós adiós madre padre hermano hermana novia esposa adiós y adiós.

En la tierra de los libres y la patria de los valientes.

—Adiós Joe.

—Adiós Kareen.

—Joe querido Joe Joe abrázame más fuerte. Deja tu bolsa y rodéame con ambos brazos y abrázame fuerte. Los dos brazos. Los dos.

Tú en mis brazos Kareen adiós. En mis dos brazos. Kareen en mis brazos. Dos brazos. Brazos brazos brazos brazos. Constantemente entro y salgo del desmayo Kareen y tardo en darme cuenta. Estás entre mis brazos Kareen. Entre mis dos brazos. Los dos brazos. Ambos. Ambos

No tengo brazos Kareen.

Mis brazos han desaparecido.

Mis dos brazos han desaparecido Kareen los dos.

Desaparecidos.

Kareen Kareen Kareen.

Me han cortado los dos brazos.

Oh Jesús madre adiós Kareen me han cortado los dos brazos.

Oh Jesús madre dios Kareen Kareen Kareen mis brazos.

4

Hacía calor. Tanto calor que le parecía estar abrasándose por dentro y por fuera. Tanto calor que no podía respirar. Apenas jadeaba. En lontananza una hilera de montañas brumosas recortaba el cielo y las vías férreas cruzaban el desierto en línea recta bailando y saltando en medio del calor. Al parecer Howie y él trabajaban en el ferrocarril. Era cómico. Oh diablos las cosas comenzaban a mezclarse nuevamente. Ya antes había visto todo esto. Era como ir a un nuevo drugstore por primera vez y al sentarse sentir de pronto que has estado allí antes varias veces y que ya has oído lo que va a decir el empleado apenas se acerque para atenderte. ¿El y Howie trabajando en el ferrocarril bajo el calor? Sí sí. De acuerdo. Así eran las cosas.

El y Howie trabajaban allí bajo el sol ardiente tendiendo esas vías férreas a través del desierto de Utah. Y sentía tanto calor que creía morir. Pensó que si pudiera detenerse a descansar un rato se sentiría más fresco. Pero lo más terrible en una brigada de trabajo es que uno no se puede detener nunca. No podían reír ni bromear como el resto de los muchachos. No decían una palabra. Sólo trabajaban.

Si uno se pone a observar una brigada le da la impresión de que trabajan lentamente. Pero es necesario trabajar lentamente porque no te puedes detener y cuentas con esa única fuerza. No te detienes porque tienes miedo. No es miedo al capataz porque nunca molesta a nadie. Es que tienes miedo del trabajo y de la capacidad de trabajo del otro tío. De modo que él y Howie trabajaban lenta y constantemente tratando de mantener el ritmo de los mexicanos.

Le palpitaba la cabeza y su corazón latía con violencia contra las costillas y hasta podía sentir las pulsaciones aceleradas en las pantorrillas. Sin embargo no podía detenerse ni por un segundo. Su respiración se volvía cada vez más entrecortada y parecía que sus pulmones resultaban demasiado pequeños para contener el aire que era capaz de aspirar para mantenerse con vida. Hacía ciento veinticinco grados a la sombra y no había sombra. Sintió que se asfixiaba bajo una manta blanca y caliente y sólo podía pensar tengo que detenerme tengo que detenerme tengo que detenerme.

Hicieron un alto para almorzar.

Era su primer día de trabajo en la cuadrilla y naturalmente él y Howie pensaron que les traerían el almuerzo con la vagoneta. Pero no fue así. Cuando el capataz advirtió que no tenían nada para comer se acercó a un par de mexicanos y les dijo algo. Los mexicanos les ofrecieron parte de lo que sacaron de sus cubos de almuerzo. Comían huevos fritos con una capa de pimentón. El y Howie se limitaron a mascullar no gracias y se tumbaron de espaldas. Después se colocaron boca abajo porque el sol era tan ardiente que les hubiera quemado los ojos aun con los párpados cerrados. Los mexicanos se sentaron a masticar sus bocadillos de huevos fritos mientras les observaban.

De pronto se oyó el ruido de los mexicanos que se habían puesto en pie. El y Howie se incorporaron para ver qué pasaba. Toda la cuadrilla se había echado a andar en un lento galope por los rieles tendidos. El capataz se quedó sentado observándoles. Le preguntaron qué sucedía y el capataz respondió que los muchachos se iban a dar un baño.

La idea de darse un baño era demasiado. El y Howie se pusieron en pie de un salto y corrieron tras los mexicanos. Por la forma en que habló el capataz pensaron que sólo se trataba de andar un breve trecho por las vías. Pero debieron recorrer dos millas antes de llegar a un canal color fango de unos diez pies de ancho bordeado en ambas orillas por unos sólidos matorrales de cardos. Los mexicanos comenzaron a quitarse las ropas. El y Howie se preguntaron cómo pensaban llegar hasta el agua sin llenarse de espinas. Llegaron a la conclusión de que habría algún sendero a través de la maleza. De lo contrario los mexicanos no habrían pensado en bañarse. Cuando terminaron de desvestirse los mexicanos ya chapoteaban en la zanja riendo y gritando.

Resultó que no había sendero alguno entre los cardos. Sintieron vergüenza por estar tan desnudos y blancos comparados con el resto y por no poder hacer nada. Así que comenzaron a saltar por encima de la maleza a través de los cardos hasta llegar al agua. El agua estaba caliente y olía a cal pero daba lo mismo. Era como un chubasco de abril. Pensó en la piscina del Y.M.CA en Shale City. Pensó dios estos tíos se comportan como si ésta fuese la mejor piscina del mundo. Pensó apuesto a que nunca en su vida han estado en una piscina. Estaba hundido en el barro hasta los tobillos cuando los mexicanos comenzaron a salir y a vestirse nuevamente. El baño había terminado.

Las espinas se les clavaban hasta las caderas cuando él y Howie fueron en busca de sus ropas. Observaron que los mexicanos ni siquiera se molestaban en quitarse las espinas. Algunos de ellos ya habían iniciado el regreso hacia la vagoneta así que ellos medio se sacudieron las espinas con las piernas y saltaron para introducirse en sus ropas. Luego corrieron las dos millas de regreso. El almuerzo había terminado y había que volver al trabajo.

A medida que se esfumaba la tarde él y Howie comenzaron a tambalearse y finalmente a caerse. Ni el capataz ni los mexicanos decían nada cuando se desplomaban. Los mexicanos se limitaban a interrumpir el trabajo y a esperar a que se levantaran mirándoles continuamente como niños. Cuando se incorporaban balanceándose volvían al trabajo agotador de la vía. Les dolían todos los músculos del cuerpo pero tenían que seguir trabajando. Se les habían gastado las palmas de las manos. Cada vez que asían los ardientes rieles sentían hasta en la boca el dolor de las manos en carne viva. Las espinas en pies y piernas parecían hundirse más y más a cada paso y se infectaban y no había tiempo para detenerse y quitárselas.

Pero los dolores y las contusiones y el terrible agotamiento no era lo peor. De algún modo aún podían sostener el cuerpo pero las cosas que tenían dentro del mismo comenzaron a retorcerse y a crujir. Sus pulmones estaban tan secos que chirriaban con la respiración. Su corazón se dilataba de tanto bombear. Tuvo un rapto de pánico porque sabía que no podía aguantar más y que debía seguir. Deseó morirse si eso le permitía abandonar el trabajo. La tierra comenzó a elevarse y a caer bajo sus pies y las cosas asumieron un extraño color. El hombre que estaba junto a él parecía flotar en una bruma a millas de distancia. No había nada más legítimo que el dolor.

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