Read La tumba de Hércules Online

Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (7 page)

—Gracias —le contestó ella, pero sin el placer que había esperado sentir.

—Tengo varias condiciones que deben cumplirse por lo que respecta a la seguridad y a la manipulación de las páginas, por supuesto… Le enviaré los detalles por correo electrónico esta tarde.

Entrecerró los ojos tras sus gafas de montura dorada.

—Esas condiciones no son negociables, no.

—Estoy segura de que serán las adecuadas —dijo Nina, distraída, todavía preocupada por Chase.

Popadopoulos pareció sorprenderse por su rápida aceptación, preparado como estaba para un enfrentamiento y un poco decepcionado al no tenerlo.

—Muy bien —dijo—. Me ocuparé de los preparativos necesarios para que el texto vuele desde Italia mañana. Yo, por supuesto, estaré presente en todo momento mientras usted, usted sola, nadie más tendrá acceso, examina las páginas.

—Sí, genial. —Parpadeó, volviéndose a concentrar por completo en la conversación—. O sea, gracias, señor Popadopoulos, ¡gracias! Estoy deseando que llegue el momento. Gracias.

Le dio la mano y, a continuación, sacó un poco apresuradamente al hombrecillo del despacho, antes de sentarse y llevarse la mano a la boca.

¿Qué había hecho Chase?

Estaba a punto de coger el teléfono para llamar a Amoros cuando el móvil vibró. Sobresaltada, lo cogió.

—¿Diga?

—Nina, hola. —Era el propio Amoros—. Cuando tengas un momento, ¿puedes pasarte por mi despacho?

—¿Se trata… se trata de Eddie?

—Sí, de hecho sí. —Parecía sorprendido—. No era consciente de que lo supieses. Me dijo que no te lo había contado.

—¿El qué? —preguntó ella, sobrecogida por el pánico.

Hubo una pausa.

—Quizás sea mejor que vengas a verme…

—¿Adónde dices que vas? —le preguntó Nina.

Nada más terminar su reunión con Amoros, Nina había salido pitando del edificio y se había subido a un taxi, de vuelta al apartamento.

—A Shanghái —dijo Chase con indiferencia, mientras metía ropa en una bolsa, como si volar a China así, de un momento para otro, no fuese nada más extraordinario que coger el metro.

—¿Y por qué vas a Shanghái?

Él la miró con una sonrisita de suficiencia condescendiente.

—Es un asunto clasificado. Un asunto de la AIP.

Nina se irritó.

—¡Y una mierda clasificado! ¡Dime lo que vas a hacer!

—Lo siento, cariño. Sí que está clasificado. Amoros está de acuerdo conmigo… al igual que la ONU.

Nina se acercó a él con las manos en la cadera.

—¿Es por nosotros?

—No tiene nada que ver con nosotros —le contestó él—. Ha pasado algo que pensé que era un tema de seguridad de la AIP y Amoros está de acuerdo, así que me voy a Shanghái a comprobarlo.

—¿Y por qué tú? ¿Por qué no otra persona? Como alguien que ya esté en Shanghái…

—No puedo decírtelo.

—¿No puedes o no quieres?

Sin mirarla, Chase cerró la bolsa y después introdujo su pasaporte y otros documentos en el bolsillo interior de su chaqueta de cuero.

—Tengo que irme.

—¿Y cuánto tiempo vas a estar fuera?

Chase se encogió de hombros.

—El que sea necesario.

Empezó a andar hacia la puerta, pero Nina se interpuso en su camino.

—¿En serio quieres que me crea que vas a cruzarte medio mundo así, sin previo aviso, sin decirme por qué, y que no tiene nada que ver con lo que está pasando entre tú y yo?

—La verdad es que no me importa lo que te creas. Y ahora, si me perdonas, tengo que ir a trabajar.

La apartó a un lado y abandonó la habitación.

—¡Hijo de puta! —rugió Nina, lanzándole una mirada asesina a la puerta del apartamento que acababa de cerrarse detrás de él.

Con los puños apretados, se acercó al suvenir cubano, a punto de barrerlo de su sitio y convertirlo en un montón de pedacitos, pero después se alejó y se dejó caer encima del sofá, temblando de ira.

3

Shanghái

Habían pasado más de dos años desde la última vez que Chase había visitado Shanghái y se sintió impresionado, pero no sorprendido, por la magnitud de los cambios producidos en la imagen de la ciudad. Habían surgido nuevos rascacielos en cada rincón al que miraba y los espacios entre ellos estaban llenos de altísimas grúas de construcción, desgarbadas siluetas contra el cielo del atardecer.

Las nuevas estructuras no eran como las aburridas cajas que dominaban las ciudades occidentales. Rebosantes de dinero y empeñadas en demostrarlo, las compañías en auge de Shanghái se habían enrolado en una carrera armamentística arquitectural, compitiendo por poseer la sede más alta, mejor y más extravagantemente diseñada. Antiguos templos chinos se alargaban verticalmente a lo largo de cien pisos o más, relucientes agujas plateadas, cúpulas, tirabuzones e incluso algunas extrañas formas orgánicas que desafiaban toda posible descripción, todo ello adornado con brillantes neones.

El edificio por el que Chase sintió un interés especial mientras el taxi circulaba por un paso elevado de la parte más oriental de la ciudad no era tan alto como otros. Pero, aun así, destacaba por su tamaño y diseño. La sede de Ycom (pronunciado «yicom») tenía unos treinta pisos de altura. Un lateral del edificio era un acantilado vertical de cristal negro, mientras que el otro descendía formando una suave curva que le recordaba a una rampa para monopatines. El tejado del edificio estaba festoneado con antenas de comunicación, todas coronadas con luces de neón, y contaba con lo que parecía una pista de aterrizaje para helicópteros en el centro.

Ycom, como Chase sabía, era una de las empresas de Richard Yuen Xuan.

—¿Y qué, Eddie? ¿Te sigue gustando Shanghái? —dijo la mujer que conducía el taxi.

Su pequeña figura parecía aún más mínima por la ropa masculina de talla demasiado grande que vestía. Parecía que Chao Mei acababa de superar la adolescencia. En realidad, era varios años mayor de lo que aparentaba y su cara guapa e inocente, oculta parcialmente por el ala de una boina de tela blanda de color turquesa, escondía algunas de las actividades «no tan legales» en las que Chase sabía que había estado implicada a través de las conexiones de su familia con las Tríadas.

—Sí, está bastante bien. Pero todas esas torres… este lugar es como un concurso de «a ver quién tiene la polla más grande».

Mei se rió.

—Sigues haciendo bromas con el sexo, Eddie. Quizás, si no fuese por esto —dijo, dándose palmaditas en el estómago; ni siquiera su chaqueta guateada podía disimular su embarazo de varios meses—, podríamos haber dado el paso, ¿eh?

—Sí, maldito Lo y su poderoso esperma —dijo Chase, sabiendo que ella estaba de broma—. Además, probablemente voy a necesitar salir de la ciudad rápidamente cuando acabe.

Su voz se hizo menos audible.

—Además, estoy más o menos liado con alguien.

—¿Sí?

Ella lo miró, complacida, pero también algo sorprendida.

—¡Me alegro por ti! ¿Cómo es? ¿Es guapa?

—Mira a la carretera, Mei —le recordó Chase, intentando no hacer una mueca cuando el taxi se salió del carril hacia un bus.

Ella corrigió la dirección y lo miró por el espejo.

—Y sí, lo es.

—¡Lo sabía! Cuando le dije a lo que venías, se puso muy celoso. Quería saber cómo alguien con una cara tan fea como la tuya siempre acababa con mujeres guapas.

Chase bufó, frotándose la nariz aplastada, numerosas veces rota.

—Supongo que porque soy, simplemente, un tío genial.

—¡Eso fue lo que yo le dije! Venga, háblame de ella. ¿Estás enamorado?

Las vistas de la ciudad desaparecieron cuando el taxi descendió por el túnel bajo el río que dividía en dos la ciudad.

—Yo… no lo sé. No sé cómo estamos ahora mismo, si te soy sincero —dijo Chase, deseando cambiar de tema.

Miró hacia fuera de nuevo, a los rascacielos, cuando el taxi salió del túnel, en el sector oeste de la ciudad.

El Gran Teatro de Shanghái era una estructura ultramoderna de acero y cristal situada en el lado occidental del parque del Pueblo. Mei detuvo el taxi en la plaza, delante del edificio.

—Bueno, aquí estamos. ¿Tienes todo lo que necesitas?

—Aquí está mi entrada —dijo Chase, levantándolo.

—Siento no haberte podido conseguir un mejor asiento. Me diste poco tiempo.

—No he venido aquí a oír cantar a un gordinflón —le recordó él, con una sonrisa.

—¿Y si acordamos una señal para que me digas cuándo quieres que te recoja?

—Tú mantén los ojos abiertos. Lo sabrás cuando lo veas.

Mei frunció el ceño.

—Eddie, por favor, no hagas saltar por los aires el Gran Teatro. Me gusta, vi
Los miserables
aquí.

—¡Parece un buen motivo para volarlo por los aires!

El ceño de Mei se hizo más profundo.

—Vaaaale, vale, prometo que no destruiré el lugar por completo.

—Gracias.

—Pero puede que haya algunos destrozos.

—¡Eddie!

—Era broma. Vale, hora de irse.

—Espera. —Mei se estiró hacia atrás y le ajustó la pajarita—. Ahí está. Perfecto.

—¿No lo estoy siempre?

Tiró de las solapas del esmoquin que ella le había conseguido.

—Cuídate —le dijo ella cuando salió del taxi.

Él le guiñó un ojo en respuesta y después se puso en camino, cruzando la plaza.

Chase había llegado pronto a propósito y dejó pasar los minutos en el vestíbulo de paredes de cristal del Gran Teatro para así observar al resto del público a medida que iba entrando.

Enseguida pudo distinguir a los verdaderos aficionados a la ópera de los fanfarrones corporativos. Los primeros estaban emocionados por estar allí, llenos de ilusión ante la representación; los últimos estaban más interesados en rebuznar ruidosamente, haciendo alarde de una actitud desdeñosa, tipo «ya lo he visto todo», para demostrar que este era tan solo uno más de su larga lista de caros privilegios. Teléfonos lujosos, relojes costosos y llamativas joyas a la vista de todos. Los
yuppies
eran tan repelentes en China como en cualquier otro lugar.

Había otra división más. El auditorio en el que se representaba
Don Giovanni
ocupaba dos niveles: planta baja y primera planta. De acuerdo con el plano de la sala del programa de Chase, en la primera planta prácticamente todo eran palcos privados. Estaba seguro de que su objetivo se encontraría allí.

Sin perder de vista las puertas principales, se familiarizó con la distribución del vestíbulo y después subió las escaleras hasta los palcos. El personal del teatro, situado al final de un cordón de terciopelo, examinaba los tiques para asegurarse de que solo los pudientes entraban… y detrás de ellos había un par de corpulentos hombres de cuello ancho vestidos de esmoquin. Seguridad privada. Las pistolas enfundadas abultaban perceptiblemente bajo sus chaquetas y Chase estaba seguro de que eso era algo intencionado. Una muestra de poderío.

Volvió a mirar a la entrada principal… y vio a la gente que estaba esperando.

Yuen irrumpió en el vestíbulo como si se tratase de sus dominios personales. Cuatro hombres lo rodeaban, formando un cuadrado protector. Eran unas moles vestidas con esmoquin que podrían haber sido sacadas del mismo molde que los guardias del pasillo. Un par de hombres de negocios hicieron ademán de acercarse, como esperando recibir una audiencia personal, pero las miradas de los matones los disuadieron.

Sophia seguía a su marido un par de pasos por detrás. Vestía un
cheongsam
largo de seda roja resplandeciente e incluso llevaba el pelo recogido siguiendo el estilo tradicional chino. Completaba el conjunto con un pequeño bolso y unos zapatos de tacón de aguja negros brillantes (las suelas de plataforma hacían que los tacones fuesen aún más ridículamente altos, por lo menos de doce centímetros), ajustados al pie por una red de finas tiras. Chase frunció el ceño. Eso podría ser poco práctico.

El grupo se dirigió a los ascensores que había al fondo del vestíbulo. Chase caminó entre los invitados de los palcos, dirigiéndose también hacia los ascensores.

Las puertas se abrieron y aparecieron los cuatro guardaespaldas para limpiar el camino, seguidos de Yuen y después de Sophia. Chase dio un paso adelante. Uno de los matones se movió para impedirle avanzar…

—¡Eddie! —gritó Sophia.

Yuen se quedó paralizado y lo miró con desconfianza.

—Señor… Chase, ¿cierto? —dijo lentamente.

El guardaespaldas retrocedió, permitiendo que Chase se aproximara.

—Esto es algo inesperado.

—Soy un gran fan de la ópera —dijo Chase—. Nunca me pierdo una representación.

El recelo de Yuen aumentó.

—Es un largo viaje desde Nueva York.

—Vengo de vez en cuando. Pero me viene bien, porque así puedo disculparme con su esposa. —Se giró hacia Sophia—. Me comporté de forma un tanto… descortés la otra noche. Lo siento.

—Gracias —le respondió ella—. Sé que hemos tenido algunos problemas en el pasado, pero no me gustaría que siguieses enfadado conmigo.

—No lo estoy. Bueno, ¿y dónde tenéis vuestros asientos?

—Palco número uno —le contó Sophia—. Los mejores asientos del lugar.

—Yo estoy abajo, en los asientos baratos, me temo. Oh, bueno, quizás podamos vernos más tarde.

—Nos iremos en cuanto acabe la representación —le dijo Yuen, enviándole un mensaje claro.

—Qué pena. ¿Otro día, quizás?

—Sería una gran coincidencia que volviésemos a encontrarnos.

Yuen le hizo un sutil gesto con la cabeza a un miembro de su seguridad, que se interpuso entre Chase y el grupo.

—Tenemos que ir a sentarnos. Disfrute de la ópera, señor Chase.

—No hay nada que me guste más. Oh, por cierto, Sophia… preciosos zapatos.

Ella se paró y presumió de zapatos, apoyando el derecho sobre la punta.

—Son bastante bonitos, ¿verdad?

—Un tacón muy alto. ¿Qué son, doce centímetros?

Sophia asintió.

—Eso no puede ser bueno para los pies. Deberías descalzarte cuando estés sentada.

—No sabía que fuese usted podólogo, señor Chase —dijo Yuen, cortante—. ¿O en realidad es usted un fetichista del calzado?

—Eh, son muy útiles cuando hay que coger algo de un estante alto. —Chase lo agració con una sonrisa que no le fue devuelta—. Sea como sea, me alegro de verte de nuevo.

—Yo también —le dijo Sophia mientras la alejaban de allí.

Other books

The Inner City by Karen Heuler
Winded by Sherri L. King
Doktor Glass by Thomas Brennan
The Winter Spirit ARE by Indra Vaughn
Destiny Doll by Clifford D. Simak
Expecting Royal Twins! by Melissa McClone