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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (4 page)

Dalton reprimió un ruidito divertido y Nina soltó una risita nerviosa y ligeramente desesperada.

—René no es solo un… mag-na-te naviero —le dijo a Chase, enfatizando la pronunciación correcta de la palabra a través de los dientes apretados—, también es uno de los directores de la AIP.

—No ejecutivo, por supuesto —añadió Corvus modestamente—. Lo apropiado es que los expertos como Nina sean quienes tomen las decisiones sobre la protección de las maravillas arqueológicas del mundo.

—Sí, bueno —dijo Chase con una gran sonrisa falsa—. Le aseguro que a ella le encanta tener el control de todo.

Nina bebió un trago de su copa antes de devolverle a Chase una sonrisa igual de falsa.

—Cariño, cielo… —le dijo, tirándole de la manga de la chaqueta—, ¿puedo hablar contigo? ¿Allí?

Señaló con la cabeza las puertas.

—Por supuesto, mi vida —le respondió él. Saludó con la cabeza a los otros tres hombres—. Discúlpennos un segundo.

El trío intercambió miradas de complicidad mientras él y Nina se alejaban.

—¿Qué demonios estás haciendo? —le siseó Nina en cuanto estuvieron fuera de lo que ella creía, equivocadamente, que era su rango de audición.

—¿A qué te refieres?

—¡Sabes perfectamente a qué me refiero! ¡A que te comportas como un imbécil y me estás avergonzando!

—Oh, ¿que yo te estoy avergonzando? —resopló Chase—. ¿Y qué me dices de tu «Este es Eddie, mi botones de la AIP… oh, y también es algo así como mi novio»?

—¡Yo no he dicho eso!

—¡Pues casi! Y perdóname la maldita vida por utilizar mal una palabra que ningún desgraciado utiliza en una conversación normal. No todos podemos ir a la Universidad del Vocabulario Repipi. Ni permitirnos un corte de pelo de quinientos dólares —añadió, antes de poder evitarlo.

Los ojos de Nina se estrecharon hasta convertirse en unas ranuras indignadas.

—¡Me prometiste que ibas a dejar de hablar de eso! La única vez, la única maldita vez que debo tener buen aspecto para impresionar a esta gente, ¡y lo que consigo es que te andes quejando de lo mucho que cuesta!

—¡Fueron quinientos jodidos dólares! —le recordó Chase—. ¡Yo me lo corto por diez!

—¡Sí! ¡Ya se nota! —le respondió Nina, señalando con una mano su pelo al rape, con entradas—. Además, ahora tengo un trabajo de alto nivel en las Naciones Unidas. Estoy ganando mil veces más que cuando estaba en la universidad… Puedo permitírmelo.

—Sí, hay un montón de cosas que te puedes permitir ahora, ¿no?

—¿Qué quieres decir con eso?

—Si no puedes…

Chase se interrumpió cuando vio a dos personas bajando las escaleras desde las cubiertas superiores. Recién llegados traídos al Ocean Emperor en el helicóptero. Uno era un chino de la edad de Chase, en la treintena, que inspeccionaba a la multitud de invitados ricos con una sonrisa arrogante que sugería que él se consideraba mucho más importante que cualquiera de ellos… o que todos ellos. El otro…

—Discúlpame —dijo Chase, olvidándose por completo de su pelea con Nina. Empezó a caminar hacia las puertas—. Tengo que tomar algo de aire.

Nina le impidió el paso, confundida y todavía enfadada.

—¿Qué? ¡No se te ocurra! ¿Qué querías decir con lo de que puedo permitirme muchas cosas?

—Olvídalo. Yo…

Volvió a mirar las escaleras.

Era demasiado tarde. Ella ya lo había visto.

El chino pasó con aire arrogante entre la multitud, dirigiéndose hacia Corvus. La gente se apartaba de su camino como si los estuviese barriendo hacia un lado con un campo de fuerza invisible. Un par de pasos por detrás lo seguía una mujer más joven. Al contrario que él, ella era caucásica. Morena, de una belleza despampanante, vestida con un caro atuendo… y mostrando una expresión de una tristeza serena.

La única persona a la que miró mientras cruzaba la habitación fue a Chase.

—Mierda —murmuró por lo bajo.

Ahora ya no había forma de desaparecer sin más.

—¡Eh, René! —dijo el hombre en voz alta, abriendo los brazos completamente al llegar hasta Corvus.

Puede que sus rasgos fuesen chinos, pero su acento era totalmente estadounidense, de la parte exclusiva de California.

—¡Bonito barco! Yo tengo encargado uno igual. Más grande, por supuesto. ¡Senador Dalton! —dijo dándole la mano a Dalton y moviéndola de forma exagerada—. O supongo que me voy a tener que acostumbrar a llamarle «señor presidente» dentro de poco, ¿no?

—Bueno, todavía he de ganar las primarias… —contestó Dalton, con una sonrisa astuta.

—Ah, tienes todas las de ganar. Ya sabes que cuentas con mi voto, Vic. Y mi financiación. ¡A no ser que tu contrincante me ofrezca un trato mejor! —se rió y Dalton se unió a él con algo menos de sinceridad—. Y Hector, ¡hola! Me alegro de verte.

Amoros miró a Nina y a Chase.

—¡Nina! Me gustaría presentarte a alguien.

Nina y Chase se colocaron rápidamente unas máscaras de anodina sociabilidad mientras se acercaban.

—Nina —dijo Amoros—, este es el director no ejecutivo más reciente de la AIP, Richard Yuen Xuan.

—Encantada de conocerle, señor Xuan —dijo Nina, extendiendo la mano.

La cara de Amoros se congeló y Dalton dejó escapar otra risita divertida.

—En realidad —interrumpió Chase antes de que Amoros pudiese corregirla— los apellidos chinos se colocan tradicionalmente antes que el nombre. ¿No es correcto, señor Yuen?

—Es correcto —dijo Yuen y sonrió al ver la expresión avergonzada de Nina—. Eh, ¡no se preocupe! Yo no me voy a equivocar con su nombre. Ya lo conozco.

Nina parpadeó.

—¿Sí?

—Doctora Nina Wilde, directora de operaciones de la AIP. Historiadora, arqueóloga, exploradora… y descubridora —dijo, marcando la última palabra—. Lo he leído todo sobre usted.

Se dieron la mano.

—Oh, gracias —consiguió decir, totalmente perpleja—. ¿Y usted a qué se dedica, señor Yuen?

Yuen esbozó una sonrisita de suficiencia.

—Llámeme Rich. ¡Porque soy rico! —Se rió ruidosamente de su propio chiste—. Estuve en la industria de las telecomunicaciones… aún lo estoy, tengo satélites, compañías de teléfono, el mayor ISP de China… pero últimamente me he estado diversificando. Demonios, por qué no, ¡puedo permitírmelo! Tengo una planta de microchips en Suiza y hasta le he comprado una mina de diamantes en Botsuana a René. Deberías habértela quedado, René, ¡la producción se ha disparado! Y esta es la razón por la que me he interesado por los diamantes.

Se giró hacia la persona que esperaba en silencio detrás de él y la cogió de la mano izquierda, levantándosela para mostrar un enorme anillo de diamantes.

—Permítanme que les presente a mi hermosa esposa desde hace seis meses, Sophia… Lady Blackwood.

—¿Esposa? —graznó Chase.

Nina lo miró con desaprobación.

—Encantada de conocerlos a todos —dijo Sophia, con una obvia monotonía en su cortante acento inglés.

Yuen le presentó a los demás. Se paró al llegar a Chase.

—Me parece que no nos hemos visto antes, señor…

—Chase. Eddie Chase.

—Vale… Eddie. Y esta es mi…

—Ya nos conocemos.

Esta vez fue Nina la que soltó un graznido.

—¿Qué?

Por primera vez, la expresión de Sophia cambió y comenzó a mostrar una dubitativa sonrisa al tiempo que levantaba su mano derecha.

—Hola, Eddie. Ha pasado… mucho tiempo.

—Sí.

Chase no le devolvió la sonrisa e ignoró su mano. Tras un momento, ella la volvió a bajar y la sonrisa se le transformó en un mohín de disgusto.

—Bueno, veo que te ha ido bien. —Se giró hacia Yuen—. Buena suerte con su matrimonio, Dick. Discúlpenme.

Se dirigió a la puerta.

Sophia dio un paso adelante, estirando la mano para tocar su chaqueta. Él se paró, pero no miró hacia atrás.

—Eddie, yo…

Chase permaneció inmóvil durante un momento y después siguió caminando.

—¡Eddie! —dijo Nina, sin saber muy bien lo que acababa de pasar.

Algo en Chase había cambiado… su voz, incluso su postura corporal… no conseguía saber exactamente el qué.

—¿Adónde vas?

—A mear —le respondió él por encima del hombro mientras se alejaba.

Nina se quedó observándolo, colorada por la humillación.

—Lo… lo siento —tartamudeó, bebiendo un trago de champán para calmarse.

Yuen se encogió de hombros.

—No se preocupe, no pasa nada.

Se giró hacia Sophia. Nina esperaba que le preguntase cómo había conocido a Chase.

—¿Estás bien? —le preguntó, sin embargo.

Ella asintió.

—Bien. De todas maneras, doctora Wilde… ¿Nina? —Ella asintió—. Me alegro mucho de conocerla. Su trabajo me ha fascinado. Sé que hay algunas cosas que ha descubierto que la AIP prefiere mantener en secreto por ahora, ¡pero me encantaría saber qué maravillas antiguas tiene en mente ponerse a buscar en un futuro próximo!

Nina dudó antes de contestar. Al ser uno de los numerosos directores no ejecutivos de la AIP reclutados por todo el planeta, principalmente para facilitar las conexiones y engrasar las ruedas políticas en lugares donde una búsqueda arqueológica respaldada por las Naciones Unidas sería, de otra forma, considerada sospechosa, lo más seguro es que a Yuen no le hubiesen contado exactamente por qué se había establecido la AIP. Todos los detalles del descubrimiento de la Atlántida estaban restringidos a un número relativamente pequeño de gente. Por otra parte, acababa de dejar entrever que ya lo sabía…

Decidió jugar sobre seguro y evitar cualquier mención a la Atlántida. Por más que ella quisiera desvelarle su descubrimiento al mundo, sabía que no podía hacerlo hasta que la AIP y los gobiernos que estaban detrás decidiesen cuál era el momento adecuado. Revelar lo cerca que se había estado de que más de cinco mil millones de personas fuesen exterminadas por una plaga modificada genéticamente podría causar un montón de problemas.

Sin embargo, su proyecto actual era infinitamente menos controvertido. Y en este caso, cuando descubriese la verdad del supuesto mito, podría llevarse directamente todo el reconocimiento…

—Bueno, en realidad —dijo—, estoy buscando la tumba de Hércules.

Dalton levantó una ceja.

—¿El héroe mitológico griego?

—El mismo.

—Perdóneme por exponer lo obvio —dijo Dalton, con un matiz sarcástico en su voz—, pero, si es un mito, ¿cómo puede tener una tumba?

—En verdad —dijo Sophia, haciendo que todos los hombres la miraran como sorprendidos de que tuviese alguna contribución que hacer—, muchos personajes mitológicos griegos cuentan con una tumba. Tener a alguien enterrado en ellas era irrelevante para los griegos… Eran más una especie de templos, unos lugares en los que rendirles homenaje.

—Correcto —dijo Nina, sintiéndose un poco eclipsada—. Está muy bien informada, lady… ¿debo llamarla lady Blackwood o…?

—Solo Sophia, por favor.


Lady
es como la llamamos cuando queremos impresionar a los pueblerinos —añadió Yuen melosamente—. Le sorprendería el valor que ese antiguo título aristocrático británico puede añadirle a un trato comercial. ¡Esa es la principal razón por la que me casé con ella!

Se volvió a reír, y de tal manera que a Nina le pareció que no estaba bromeando del todo.

—Los beneficios de una educación clásica —le explicó Sophia a Nina.

O no le molestaba la grosería de su marido o tenía mucha práctica en ocultar sus sentimientos.

—Pero, para ser honesta, estoy más especializada en la cultura latina que en la griega. Por favor, siga, ¿nos estaba hablando de la tumba de Hércules?

—Vale, muy bien.

Nina apuró su champán y después agitó su copa en dirección a un camarero cercano, que se acercó rápidamente y se la rellenó.

—Como ha dicho Sophia, muchos personajes mitológicos griegos tienen tumbas dedicadas a ellos. El caso de Hércules, o Heracles, en la forma griega original del nombre, es bastante inusual porque no tiene ninguna. Al menos —añadió dramáticamente—, ninguna que haya sido descubierta.

—¿Y cree usted haberla encontrado? —le preguntó Yuen.

Su jocosidad arrogante había desaparecido de repente y la pregunta estaba cargada de curiosidad.

—Bueno… por más que me gustase contestar que sí, me temo que no. Todavía no. Llevo reuniendo pistas desde hace varios meses, pero hasta ahora no he conseguido localizarla. ¡Aunque espero que eso cambie pronto!

—¿Y dónde encontró esas pistas?

A pesar del champán, Nina se recordó que debía ser discreta.

—Había referencias en algunos antiguos pergaminos griegos en los archivos de un… coleccionista privado.

Que los pergaminos contuviesen el
Hermócrates
, la obra perdida de Platón sobre la Atlántida, y que el «coleccionista privado» fuese en realidad una sociedad secreta que mataría para que nadie redescubriese la antigua civilización, eran hechos que se iba a guardar para sí misma.

—La AIP hizo un trato para examinar la colección el año pasado. Bueno, al menos fotos de la misma. Aunque, de hecho, mañana tengo una cita con alguien para conseguir permiso y poder analizar los pergaminos originales.

Yuen parecía intrigado.

—¿Cree que los originales le dirán algo que no puede extraer de las fotos?

Nina cogió otra bebida antes de contestar.

—¡Sí, sin duda! De eso trata la arqueología: de ver las cosas en directo, no de estudiar simples fotografías. Hay que ir a los yacimientos o tener un objeto físico con el que trabajar, algo que sostener entre tus manos, eso es lo que marca la diferencia. De este modo, se ven las cosas desde un ángulo totalmente diferente.

Yuen asintió, pensativo.

—Pero seguramente, en su papel de directora de operaciones —dijo Corvus—, no tendrá muchas oportunidades de hacer trabajo de campo…

—No, me temo que no —dijo Nina, sacudiendo la cabeza—. En este momento me paso la mayor parte del tiempo en mi despacho o en reuniones.

Y sobre todo en los últimos días, en los que le había tocado hacer el seguimiento de la pérdida, en una tormenta, de la plataforma que exploraba la Atlántida. La mayoría de los proyectos de campo de la AIP estaban en suspenso, pendientes de los resultados de la investigación en marcha.

—Pero, por otra parte, este trabajo tiene sus recompensas. ¡Como esta! —dijo señalando la opulencia del barco que les rodeaba—. Gracias por invitarnos.

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